Viajeroandaluz

10 octubre 2006

DESDE LOS VELEZ HACIA LA CUNA DE MIGUEL HERNANDEZ. 2001

PRIMER DÍA: 15 DE AGOSTO DE 2001

El punto de partida de este viaje, como de tantos otros, lo sitúo en el nacimiento del camino, aunque más bien habría que decir, en la orilla de este rio que ahora me dispongo a navegar.
Desde Sevilla he ido en coche por la autovía A-92 hasta Vélez Rubio, en la provincia de Almería y luego Vélez Blanco, a unos seis o siete kilómetros. Por la noche me quedé a dormir en el camping “ Pinar del Rey “, rodeado de pinares y de un viento sobrecogedor con algo de lluvia. Me desvelé varias veces y me he levantado tosiendo y con algo de malestar. He dejado atrás el camping como si fuera acampada libre, sin pagar, si bien es cierto que tampoco me dieron facilidades para hacerlo y el resto de la gente se quedó durmiendo en sus tiendas y caravanas, mientras desmonté la tienda y me fuí.
He dejado el coche en el pueblo, justo al empezar la cuesta que llega al bar - terraza “El Indalo”, conocido lugar para mí y que ya mencioné en el viaje “ Mirando hacia Los Vélez “ ( año 1998 ). Me he tomado un café casi sin ganas en el bar “La Gatera”. Aún duerme el pueblo y el silencio solo es interrumpido por hombrones de voz hueca que halan del trabajo. La escasa lluvia de anoche ha refrescado el ambiente. Delante de mi, en la mesa, hay extendidos varios planos de la zona. Quiero caminar en dirección noroeste, hacia Alicante, atravesando toda Murcia; ya veremos. Pienso en Beti, a la que recuerdo con un cariño mitad humano, mitad divino y en su ausencia me falta el aire como un pez al que le vaciaron la pecera. Espero que la montaña, los ríos, los pueblos y los caminos me hagan olvidar la ausencia, en su imagen perenne grabada en cada uno de estos elementos. Allá voy, un año más a esta aventura con historia que es el camino de mi propia vida.
Rondan las nueve de la mañana. He cogido agua de la Fuente de la Novia y después me he colgado la mochila prudente de peso y he tomado una carretera que sale a la izquierda frente al “ Pub 17 “. Hay que descender hasta los bancales. Primero he seguido la carretera y a unos dos kilómetros he tomado un camino a la izquierda para caminar errante entr el Barranco de la Canastera. Los almendros estallan con sus almendras en plenitud de fruto y he ido echando algunas al bolsillo de uno y otro árbol cercano al camino. Cortijada El Why; he tomado a la izquierda y luego derecha, retrocediendo sobre mis pasos a veces, para luego continuar. Es impresionante el valle cuajado de olivos, almendros y otros frutales que tienen escasa necesidad de agua. El camino polvoriento mancha mis botas. He vuelto de nuevo a la carretera que conduce a Canales, en el camino a Solana y Fuensanta. De vez en cuando, algún pinar alegra la monotonía del asfalto. Detrás dejo las vistas en perspectiva y desde abajo, de Vélez Blanco y continúo sumido en mis pensamientos, paso a paso. He llegado a un cruce que corta la carretera que baja de Vélez Rubio, tomando a la izquierda hasta llegar a unas cortijadas, las Cuevas de Moreno, al pasar el cruce del Piar. Voy pensando en Beti, tambien en otras cosas y en la poesía de Miguel Hernández, que me acompaña. Hace calor; de vez en cuando corre algo de aire. En Cuevas de Moreno he parado a refrescarme bajo el grifo de una pila para lavar, que echa agua blanquecina, como mezclada con leche. Han bajado dos niños: Alfonso, de seis años y su hermana Ginesa de once. Alfonso va corriendo a todas partes. Su madre me dió agua en una botella, agua muy fría. Al lado de una portezuela de maderas descalabradas y roídas, con agujero para el gato, sobre la fresca superficie de una piedra, he escrito estas últimas notas. En el entorno blanco de las casuchas, madura el almendro, las chumberas y arroja a la altura el árbol florido de las pitas. Alguna higuera medio pelada, alguna parra y multitud de moscas y avispas, componen el paisaje. Cuevas de Moreno alberga pocos vecinos y hay numerosas casas derruidas o semiderruidas. He vuelto a la carretera para encontrarme, al poco tiempo, con el límite con la provincia de Murcia, en un cartel verde donde se lee: “Región de Murcia”. Todo está seco y solitario. Cortijadas de vez en cuando y las ruinas de un castillo sobre una peña a mi derecha, Castillo de Xiquena. Es la piel de adobe de un perro muerto, con su muros lastimados, desbancados por el tiempo, carcomidos por el viento. Más adelante, tras una diapositiva desde lejos, he recolectado tomates rojos pequeños y en la cortijada La Trieza Baja, me diero agua potable para lavarlos y beber. Es lugar de cría de ganado lanar y pastos, tambien maizales. Al fondo, muy al fondo, entre neblina, se puede apreciar la belleza azulada de Sierra Espuña. He continuado mi camino con el sol en todo lo alto, sufriendo los pasos sobre el asfalto, contando los kilómetros hacia atrás. Me he parado a descansar y escribir bajo la sombra de un olmo solitario, al lado de la carretera, justo a la altura de un cortijo con paredes de piedra blanca. Hacia Fuensanta, pedestal y virgen, el paisaje se torna algo montañoso y hay espesuras de álamos que señalan el cauce de algún río. Al pasar, se llega a un cruce: a la izquierda, Baños de la Fuensanta; hacia abajo, a doce kilómetros y medio El Jardín y allá enfrente, a poco menos de tres kilómetros, La Parroquia, donde he parado a descansar y comer. Sobre Baños de la Fuensanta frente a los huertos del Churtal, antes llamados baños de La Sultana por su ascendencia árabe, he podido recabar la siguiente información: “Los romanos ya cicatrizaban sus heridas en los baños de la Fuensanta, antes llamados de la Sultana, balneario situado al noroeste de Lorca, entre la pedanía de La Parroquia y Vélez Blanco. En 1991, los propietarios se vieron obligados a cerrar sus instalaciones a causa del mal olor de un cebadero próximo. Estos baños minero medicinales nunca trataron de emular a los de Baden Baden o Vichy, ni a los de Archena o Fortuna. La condición de sus aguas y las instalaciones eran más modestas, pero en 1872 el balneario disponía de un director médico, el doctor José Negro y García, y su propietario, el diputado a Cortes Juan del Arenal y que mantenían el establecimiento en buen estado de conservación y disfrute. La hospedería se construyó a cierta altura, sobre un cerro abalconado al río desde el que se ven sus amenas orillas plantadas de hermosos árboles y feraces huertas. Hasta cuarenta familias se alojaban entonces en un edificio que tenía dos pisos «con cocinas comunes en cada planta, patio rodeado por amplia galería y espacioso salón de recreo con admirables vistas» .En la explanada, ahora solitaria, sopla viento de poniente y trae el aroma de los pinos que alfombran la sierra del Gigante. Una de las pocas aportaciones históricas sobre los baños de la Fuensanta se debe al doctor Orozco, anterior director médico que en 1861 encontró vestigios de termas romanas en los alrededores: «En aquella época –explica– debieron ser muy concurridos estos baños, por cuanto en el mismo sitio aparecen los cimientos de una porción de edificios, cuya extensión es considerable, destinados sin duda a albergar a los que ya entonces aprovechaban las buenas cualidades de estas aguas».
El doctor asegura en su relato haber visto reformadas «las obras de los romanos por otras de carácter árabe», y defendido el establecimiento por «un castillo situado en la cima de un cerro que domina completamente toda la extensión de las obras destinadas a los llamados baños de la Sultana, frecuentados por las familias musulmanas de mayor relevancia social».
A mediados del siglo XIX se tardaba más de una jornada en venir desde Madrid a los baños: 14 horas en ferrocarril a Murcia, 8 a Lorca en diligencia, y 4 hasta el balneario siguiendo el lecho del río Guadalentín «tan expuesto en septiembre por la frecuencia de sus tormentas y avenidas».
No existe certeza sobre el lugar donde nacen las aguas medicinales, mas todos coinciden en que, de no ser en el cerro, allí se mineralizan, pues está formado por tierra gredosa, sulfatos de cal y carbonatos de magnesia. Sus aguas, clorurado sódicas sulfurosas, emergen a 23 grados de temperatura de dos manantiales, caliente y frío. La índole de estas aguas sulfuradas –agrega un informe–, con su característico olor a ácido sulfídrico tan desagradable, no sólo para ser ingeridas, sino incluso para el baño, y los modernos tratamientos dermatológicos hoy empleados, hace que no sea apetecible la hidroterapia aunque sea evidente la bondad de su remedio».
El mismo director del Balneario en 1872, José Negro y García, reconocía que las aguas tenían «un marcado olor a huevos podridos, apreciable a distancia. Tomada una buchada o al beberla, se nota un sabor salado, amargo, desagradable, semejante al que produce un agua saturada sobradamente de sal común, al que se une un ligero sabor fresco picante».

El trago, en pequeñas dosis, tenía sus compensaciones: «aumenta la salivación y el apetito, facilita la digestión estomacal e intestinal, produce efectos diuréticos y activa el torrente circulatorio y la energía muscular». En baño, susceptible de hacer con regadera, las aguas estaban indicadas para el escrofulismo, las dermatosis, el herpetismo, el reumatismo, sífilis-neurosis y cáncer.

A día de hoy, los baños de la Fuensanta siguen cerrados desde 1991. «Raro es el día que no viene gente a por agua o a preguntar cuando lo abrimos –dice la propietaria–; nos vimos obligados a cerrarlo por un cebadero de cerdos que hay aquí al lado, con una balsa de purines que carece de foso y produce un olor insoportable. Lo hemos denunciado al ayuntamiento pero no lo arreglan, se ve que prefieren tener un cebadero a un balneario. Lo cierto es que no podemos reabrirlo hasta que no solucionen el problema. Pese a todo, en la hospedería hemos acondicionado unos apartamentos con cocina, baño y uno o dos dormitorios; ahora hay una familia de Valencia que ha venido a descansar, y en verano se ocupan muchas habitaciones. La pena es lo del agua, porque sale el mismo caudal».”

La travesía está engalanada con banderitas y mientras los vecinos del pueblo duermen la siesta, yo sufro bajo el sol aliviado por el amigable viento. Los papelillos se mecen con el aire y sus colores dinámicos anuncian fiesta. Es calle ancha y las casonas de construcción reciente, flanquean los acerados amplios. Parece un pueblo cuadriculado, hecho en el plano, a conciencia. Me he metido con mochila y todo, en el bar Aurora, pero enseguida he tenido que salir para sentarme en la puerta, por el aire acondicionado, demasiado fresco para la temperatura corporal que traigo. Así es que fuera, rondado por media docena de moscas, he comido un trozo de tortilla de patatas, riñones con tomate y una cerveza. Me doy cuenta de lo cansado que estoy y apetece siesta. Las moscas no me dejan en paz ni un segundo. He callejeado hasta un lugar, sobre la acera, en la la calle Del Rio, donde he encontrado sombra y he tendido los aislantes para dormir un poco. Cuando he despertado, la tarde se estaba poniendo con el viento, nublada y tristona. He dudado qué hacer, si continuar para Lorca, vaga opción, pues hay veinte kilómetros por delante y arriesgándome a llegar ya de noche, o si quedarme aquí, sobre cualquier banco a dormir. He atendido a lo práctico y después de lavarme un poco para despejarme, ya lo he tenido algo más claro. Me estoy tomando un café en el pub Ali - Mónate, a las afueras, en la carretera hacia Lorca. Sierra María y Los Vélez, la Sierra del Gigante, se ve desde aquí como un gran animal prehistórico, echado y malherido.
En la infancia del camino, los temores e incertidumbres son constantes, se echa de menos demasiado la vida anterior. La rutina, que es como un gran río que arrastra nuestras vidas, es demasiado fuerte y pesa mucho sobre nosotros. Ahora, así, abandonarla de cuajo, no deja de ser un riesgo que hay que asumir, un desarraigo, un corte sangrante que hay que ir tapando, cicatrizando con voluntad y paciencia. Para esto, cualquier emoción exterior, cualquier gesto que viene desde fuera: una atención, una sonrisa, un gesto de cariño, puede servirnos como medio inigualable, aunque no podemos asegurar su presencia. Nuestro interior deber ser implacable para nuestra voluntad, para nuestro empleo en el camino y en lo novedoso. No es fácil, pero es necesario y enriquecedor. Al final, el destino venturoso es para quien lo merece, para quien lo trabaja y la vida, el azar, siempre nos guarda un secreto maravilloso, un regalo sorprendente. Es el premio a nuestro esfuerzo. Me valgo de mi historia, de mi pequeña historia de viajes y escritos para iniciar nuevas experiencias. El viaje se versiona año tras año y sigue siendo un ser vivo con las mismas fases que cualquier otro. Aceptar lo penoso, lo dificultoso del camino, es aceptarlo tambien en el resto de nuestros días en nuestras casas y nuestros trabajos, con la gente que nos rodea y a la que amamos o simplemente saludamos.
Pienso nuevamente en Beti y en su historia, en el desenlace de su aventura para llegar hasta aquí y estar feliz como está, en un país lejano. Todo esto me ayuda para seguir adelante. No hay otro camino: el medio que te rodea se va haciendo familiar, envolviéndote y ofreciéndote lo más cordial; debemos estar expectantes para todo lo que ocurre.
La Parroquia, al igual que los antiguos baños de la Sultana, se halla en la margen izquierda del río Vélez, antes de su desembocadura en el pantano de Puentes. Está a 520 metros de altura y tiene numerosos manantiales que proceden del acuífero de la sierra del Gigante
. La parroquia de La Parroquia es la de la Asunción. Hoy, que es día de la Virgen y fiesta a nivel nacional, hay procesión. He subido hasta el Cristo del Sagrado Corazón, en dirección sur, a unos dos kilómetros y medio. Antes de iniciar el camino, una señora me dió una botella con agua y me informaron que este monumento fué construido en el año cincuenta o cincuenta y uno en un mes y medio con piezas que ya venían numeradas. El camino, que pasa el río Vélez, seco por esta zona, comienza por carretera y pasa entre casas diseminadas pero habitadas, justo a la salida del pueblo, para luego continuar en pista de tierra hasta el pie del monte donde se erige el monumento, para luego seguir y perderse entre almendros y campos rojizos. Lo he abandonado para iniciar la ascensión por un senderito casi imperceptible entre pinares, almendros y maleza de matorral. Al llegar arriba, he conversado con una pareja de Lorca que me explicaron cosas del entorno. Las vistas son fenomenales y aunque he subido agobiado un poco por el bochorno, aquí corre aire y se está bien. En primer plano aparece el pueblo y el paisaje grisáceo y marrón lo engulle para la vista. A la derecha, mirando hacia el norte y un poco al este, Sierra Espuña. Hacia el sureste, las montañas previas a Lorca. Al oeste, el sol se filtra entre las nubes y enfoca las cumbres de la Sierra del Gigante cuya línea de cumbres supera los 1.500 metros de altitud. La sierra del Gigante está a caballo de Murcia y Almería, a la altura de Vélez Blanco, y por su vertiente meridional fluye el río Vélez que riega las huertas de los caseríos del Jardín y de Trieza. Son varios las ramblizos y barrancas que se forman en los pliegues de esa imponente mole caliza (la Muela, su cima más elevada, alcanza 1.554 metros): una de esas ramblas, la llamada del Gigante, vierte su caudal al río Vélez a la altura de los baños de la Fuensanta, cuyo cauce ha sido ruta natural de comunicación desde la prehistoria, Razón evidente de su destacado valor estratégico es que, durante más de doscientos años, la zona dispuso de dos fortalezas, la de Trieza, levantada sobre un roquedo del Gigante, y Xiquena, emplazada en un escarpe rocoso junto al río, que conserva buena parte de sus altas murallas y torreones.

Según me explicaron, allá abajo, siguiendo el curso del río, se extendía una antigua via romana, la vía Augusta, punto de enlace entre las coras de Tudmir y Pechina y hay vestigios de arquitectura prehistórica, como un menhir cercano, que reposa en el museo de Lorca.
Ahora el sol dá sobre un lateral de las casas de La Parroquia y ofrece un aspecto más tridimensional del pueblo. Al sur, detras del santo, a su espalda, destaca el terreno manchado a veces de rojo y las agrupaciones interrumpidas, de pinares. Los almendros, aún jóvenes, aparecen en alineación, como en formación. Voy a bajar con cuidado por el pedregal. He tardado un poco en encontrar el camino. En la bajada, el olor a pino se mezcla con el de porcino, ya que existen numerosas explotaciones dedicadas a la crianza de este animal en naves.
En el pueblo hay ambiente festivo de tarde caída, cuando ya no duele el sol y la gente se ha levantado de la siesta, se ha duchado y se ha entretenido en arreglarse para la procesión y la misa. Me he refrescado un poco, subido a lo alto del pueblo, donde está el grupo escolar, para echar un vistazo a lo que podría ser un lugar para dormir esta noche. Al bajar, he cruzado algunas palabras con un hombre que va vestido todo de negro, parco en conversación y aunque el lugar y la hora se prestaban, la cosa no daba para más y he bajado hasta la iglesia, llena de gente y mujeres abanicándose. Es este un edificio sencillo con un altar jalonado por columnas con capiteles de estilo jónico . En la puerta, alrededor, la gente espera. La mujer de La Parroquia es guapa y esbelta y más aún hoy en día de fiesta . Me he metido en medio, para hacer contraste más que nada y para cambiar los olores, que no está mal de vez en cuando. En la calle, un poco más abajo, hay un chiringuito y se sirven bebidas. Observo y escribo, eso es todo. Los niños juegan y uno de ellos se me ha acercado con descaro, para mirar por encima de mi hombro lo que escribo. Ahora está enfrente mía. No le hago caso y se ha ido. Es un niño de unos cinco años, con corbata y pantalón corto, bien peinado. Hay un grupo de chicas que parecen modelos, todas con el pelo largo y delgadas, mirando al frente con orgullo, casi con soberbia. Sobre una mesa reposa el clarinete y el trombón dorado. Hay sensación de espera, como si algo fuera a suceder. Nada se escapa, o no debe escaparse, a los ojos del caminante. Una anciana, se queda dormida con la lengua fuera, en la puerta de su casa, en el interior, sobre una hamaca. Es una anciana que va toda de luto y que tiene los brazos llenos de venas sobresalientes, una vieja delgada, quizá demasiado, a la que nadie hace fotos ya, ni se pasea con orgullo, levantando la cabeza en la plaza del pueblo, cuando hay fiesta. El chico del pub se llama Pedro y es de Vélez Blanco. Ha estudiado en Granada y conoce a Encarni, la de la terraza Indalo. De cuando en cuando, un cohete pirotécnico rompe con un estallido la armonía del ocaso.
El ocaso es el triunfo del caminante, el haber vencido la partida al día con sus asperezas y ahora, el momento se hace más amable, más cordial. Arriba, deshaciéndose poco a poco, el humillo producido por la explosión. Sobre la mesa, con una cerveza al lado, extiendo los mapas. Es inevitable condición humana y soporte de esperanza, el proyectar hacia el futuro. Tengo ganas de llegar a Lorca para luego recorrerla de cabo a rabo y desde ahí, seguramente, caminar en dirección norte hacia, quizá Aledo, al pie de Sierra Espuña y luego Pliego y Mula, después, no sé, hacia arriba, supongo.
El camino de hoy fué duro y más por el calor que otra cosa. Mis brazos y piernas comienzan a enrojecer. Se acerca la noche. En una mesa, a mi derecha, se han sentado dos chicas de veintipocos años, que huelen a jabon deliciosamente; es un olor higiénico que alimenta, un olor del que a vecs, el caminante se siente privado, como privado se siente de un beso, de tan solo una caricia, de tan siquiera una mirada. Hay un precio que pagar por este deambular errante y nómada y quizá sea este. El caminante, conforme van pasando los días, se va haciendo algo lobuno, independiente y alejado y solo se acerca para devorar, a mordiscos, lo que debiera comerse pausadamente, sin prisa, con ternura. El viajero no quiere caer en un cercado, en un mundo cerrado y circular, pero a veces cuesta. En otros caminos, frecuentados caminos a los que se ha señalizado con franjas de colores o flechitas, al viajero se le mira con otros ojos, porque su presencia no es extraña. El caminante va seguro y en su papel. Es súbdito del camino que se preparó para él y se siente cómodo y satisfecho. Hay seguidores de caminos por todos lados, discípulos de una secta con cauce seguro. Pero para el que es dueño de lo que vé, de lo que pisa, de lo que decide, aunque no sea lo más lógico ni lo más cómodo, la situación, el precio que tiene que pagar, el arancel, es a veces inquisitivo, marginal, imperativo. Al viajero, sin duda, le hacen falta grandes dosis de voluntad.
Siguen, uno a uno, explotando los cohetes, con monotonía, como un golpe tras otro en el interior, como un martillazo a la conciencia adormecida. Ahora, la procesión, una virgen iluminada a hombros y detrás la comitiva y un repique de tambor. El viajero que no cambia de indumentaria para seguir la procesión y se siente dichoso de estar así y camina altivo y feliz tras la orquesta. Imno español y vivas a la virgen; se suceden los cohetes, lo aplausos y los vivas; se preparan mesas y manteles. El caminante, sin peso, con algo de cerveza en el cuerpo y sin calor, se siente liviano, etéreo, ingrávido y piensa, quizá por una corazonada, que el mundo es un juego y que las personas saben jugar. Todo se va animando y en la plaza y a la entrada de la iglesia, en la explanada, se han colocado mesas en fila con manteles y cubiertos para una cena colectiva. En este día festivo, se sule degustar el plato favorito: las migas con harina de trigo y embutido de matanza.

Por los altavoces, sobre un escenario de madera, se oye música con mucho volumen. He buscado de nuevo el bar para cenar y en el camino, dejándome llevar por un instinto primitivo, he perseguido en la distancia, el caminar resuelto, elegante, de una chica con zapatos de tacón, pelo largo y suelto y vestido blanco y negro. Es una chica que radia belleza y juventud, tambien seducción. He intentado buscar, en su cara, algo defectuoso, para consolarme, pero no lo he encontrado.
El viajero, después de comerse dos filetes de lomo y dos montaditos de morcilla picante, que se le deshacía en la boca, se siente mejor, con el gusanillo callado y está pensando en irse a dormir. A su alrededor, la gente, descansada, no tiene hora y aguanta lo que haga falta. A veces, los papeles se invierten, así son las cosas. Después he ido a la plaza, frente a la iglesia y me he quedado un rato en la actuación de un cantante - humorista que va con traje de luces y que se pone y se quita chalecos de todas clases, todos con lentejuelas que brillan como estrellas. Ha estado curioso. La gente, tanto la que está sentada como la que permanece de pie, se ríe a carcajadas. Cuando me he cansado, sobre las doce de la noche, he subido la cuesta, entrado en el grupo escolar y tumbado el saco sobre un banco con dos listones de madera. Antes, para hacer tiempo, me quedé un rato hablando con tres chavales bajo la parada del autobús.

SEGUNDO DÍA: 16 DE AGOSTO DE 2001

Me he desvelado varias veces, de nuevo, por la incomodidad aún inusual de la dureza de la cama y tambien por el ruido de los altavoces. Nada más acostarme, subieron al cielo los últimos fuegos artificiales y después, la gente se apoderó del micrófono y aún a altas horas de la madrugada, se oían las voces multiplicándose los decibelios. He visto un cielo cuajado de estrellas y como hacía fresco tuve que arroparme con el saco, poniendo la mochila por almohada.

Sobre las siete y media, he levantado la cabeza, montado y recogido todo y bajado a la fuente a lavarme la cara y las manos, para luego desayunar en el bar Aurora, un café con dulce y zumo. Aún quedan algunos trasnochadores borrachos en la plaza, alimentados con jugo de cubata y que al pasar me han llamado la atención con descaro : “ - el de la gorra, el de la gorra - “. No he mirado ni echado cuentas y al alejarme, se han callado. En el bar se van sirviendo cortados y carajillos y se oye, alternativamente, el ruido de la máquina de café, con la presión que dá temperatura.
He salido del bar y comenzado a caminaer a las ocho de la mañana, pasando frente a la gasolinera y por carretera todo el trayecto. Al principio el firme es bueno y el arcén permite caminar con cierta seguridad. Plantaciones de almendros repartes paisaje con hierbajos y arbustos adaptados a la sequedad como el esparto. De vez en cuando, algún pinar, y en el puente sobre el río Vélez, eucaliptales sobre el cauce seco del río fantasma. Se echa de menos el agua. En esta parte occidental y sur de Murcia y oriental de Andalucía, apenas llueve y aunque hay días que amenazan agua, al final nada.
Pasada La Parroquia, ha aparecido una de las pocas mezquitas sobre la cual no se construyó una iglesia. Ocupa un montículo junto al río Luchena, en un paraje salpicado de altos y olorosos eucaliptos. Para Ana Pujante, directora de las excavaciones, debió formar parte de una alquería; se ha documentado el perímetro, uno de los arcos de la entrada, el minrab, el espacio destinado a las mujeres –al fondo de la mezquita– y el minarete.

La ubicación también es de un gran valor estratégico y paisajístico, por la cercanía del embalse de Puentes, magnífico espacio natural para el ocio y la acampada, cubierto de pinos y tarays.

El calor, a pesar de que aún son las primeras horas del día, se va haciendo insoportable y el viajero se resiente. He ido, mientras caminaba, aligerando el sufrimiento y la sed, con el pensamiento, con la mente en constante búsqueda de ideas, de sensaciones placenteras, rebuscando en el cajón del recuerdo para desempolvar emociones pasadas, antiguas situaciones vividas que ahora revivo para mi provecho. Es el esfuerzo constante, el pulso constante a este infierno mezcla de sol agobiante, mezcla de sequedad que se pega a los labios, como estas moscas pegajosas, como esta piel curtida, sufriendo los envites de los rayos solares.
Me aferro, como un salvavidas, a los recuerdos, a los pensamientos, tambien a los proyectos e ilusiones, al tiempo con Beti, que ahora me llega en forma de mensaje a mi móvil, de un mensaje cargado de amor, de poesía, que he releído hasta digerirlo y absorverlo. Carretera y más carretera. De cuando en cuando, asoma a mi izquierda, una pista quebrada sobre el cauce seco, una pista que se ha aprovechado para camino, cuando ya no hay río. Y así, entre pensamientos y desgastado por el sol, dolorido por la calzada, maltratado por el sudor, he llegado al cruce, que dista nueve kilómetros de La Parroquia y que a la derecha, a doce kilómetros más, llegamos a Lorca y a la izquierda, al embalse de Puentes. Son las diez de la mañana. Frente a mí, una cortijada con arboleda. He recorrido un trozo de camino con gravilla y la señora me dio agua y me indicó algo que fué determinante : siguiendo el cauce del río Guadalentín,que tambien se llama Sangonera, un poco más abajo, se llega al pueblo de Lorca, sin la amenaza de la carretera, amenaza añadida al sol, que cae a pedazos como losas. He bajado por un camino hasta la rambla y he tomado a la derecha, precisamente por otro que se ha definido dentro de ella y por el que circulan ya vehiculos rodados. Aquí se camina más cómodo, con menos miedo y no hay que prestar tanto cuidado, pero la escasa altitud y la hondonada provocada por el cauce, acentúan el calor, suben la temperatura y el viajero se siente sufrir.
Es a partir de aquí, cuando las cosas cambian de aspecto y de sentido y ese trozo de tierra que hasta ahora es aliado en la conquista de los lugares, se convierte de pronto en desafío, y la profía se intensifica. El hombre frente al mundo en un combate cara a cara. Alterno esta reflexión con la monotonía de los cañaverales, con esa planta arbustiva que se llama taray, con la presencia desértica del esparto. Sobre esta última planta es interesante lo escrito por Plinio el Viejo en su Historia Natural ( XIX, 7, 26-27, 8, 28-30 ) : “ El esparto es hierba espontánea y que no puede sembrarse; propiamente es un junco de terreno seco. De esparto son las camas de los campesinos, de esparto las lumbres y las antorchas. De esparto los zapatos y los vestidos de los pastores “. Las hojas del esparto son dura, rígidas y con forma de junco que se enrollan por falta de humedad, además se utiliza su fibra para hacer papel. El taray atarfe o tamarisco ( Tamarix gallica ), omnipresente en todo el cauce, resiste bien la salinidad y se desarrolla en suelos silíceos, sueltos y húmedos. Su madera es apreciada para leña, fija dunas y sujetan márgenes en grandes ríos y aterrazamientos de torrentes y ramblas.
El cauce y con él el camino, serpentea entre el terreno y mantiene el nivel. Alguna charquita a punto de perderse, cuajada de insectos y la tierra rojiza, resquebrajada. El viajero va por dentro consumiéndose poco a poco y consumiendo el agua que lleva en la cantimplora. El viajero tiene que hacer esfuerzos históricos para no perder su integridad y la dignidad de que asume riesgos y es consciente de los contratiempos. He comenzado a divisar, a lo lejos, el perfil de la fortaleza que se eleva sobre Lorca. La carretera transcurre a mi derecha, como tambien lo hace, la estéril Sierra de la Torrecilla y la Peña Rubia. Frente a la cortijada de Los Cautivos, que alberga, ocho o diez casitas junto a la carretera y a mi izquierda en el sentido de la marcha, he subido una pequeña pendiente para acceder a unas casas a distinto nivel. He dejado la mochila bajo un somrajo de lona verde y suido hasta la última casa, donde, bajo el porche, una familia se concentra en la labor de pelado y envasado de tomate en botes de cristal para su conservación por el método del vació a través del baño maria. He llegado exhausto, buscando refresco, quizá también, aliento. Bajo un grifo me he lavado cara y brazos y empapado la gorra. Hay un montón de rojos tomates pelados y otros tantos que esperan igual suerte. Como hoy el día ha sido poco generoso en alimentos, he pedido varios tomates, que comí con voracidad, disfrutando del salto de su jugo y de su sabor salado. Son tomates que llevan en su interior un mundo de placeres. Para el camino, me echaron seis o siente en una bolsa. Una chica me acercó una toalla para secarme. Es una chica que apareció de pronto del interior de la casa, manchada de rojo, como recién salida de una carnicería. El viajero no se entretiene más y baja hasta donde estaba la mochila, que tuvieron que retirar para que pudiera pasar un coche.
La parada me ha venido bien, pero hay que seguir caminando. Según me dijeron, me quedan unos ocho kilómetros para llegar a Lorca. Nuevamente vuelvo a la lucha por la rambla. Más adelante hay trajín de camiones por las pistas y movimiento de tierras. Al pasar, me llenan de polvo y se me secan los labios. Son camiones enormes, con el remolque lleno de tierra y que van dejando una polvareda espantosa en este terreno de tierra tan volátil, tan suelta.
Tras Los Cautivos, más cerca de Lorca, destaca la cortijada de Los Consejeros, por la que tampoco pasé, pues hay que desviarse y mi intención ahora es no malgastar las escasas fuerzas y continuar de la forma más precisa, más directa para avanzar terreno. Al final, voy apreciando el ir y venir de vehículos sobre la autovía que une Andalucía con Murcia. Ahora la rambla se ensancha y allana. Se puede apreciar a la derecha, el corte en vertical del Cejo de los Enamorados a 764 mts sobre el nivel del mar. Hay una pala excavadora que va quitando tierra y arrojándola al borde, junto a los bancales que a veces y a duras penas, subsisten a los márgenes. He pasado bajo los inmensos pilares de hormigón y las vigas grisáceas que sostiene la carretera, una para cada sentido y he podido ver los primeros edificios de Lorca. Lorca, la milenaria Eliocrora, ciudad del sol, o de los cien escudos. La rambla llega hasta confundirse con la carretera y el cauce sigue atravesando la ciudad.
Lorca en ciudad por la que pasa una de las rutas turísticas de al - Andalus, la ruta de Münzer, de Murcia a Granada. Jerónimo Münzer fué médico austríaco que viajó por España entre 1494 y 1495 y que escribió un relato de viaje por esta ruta después de la conquista castellana. El protagonismo del agua en esta ruta se plasma en sus huertas y frutales: “Oh, que bellísimos huertos vimos, con sus cercas, sus baños, sus torres, sus acequias construidas al estilo de los moros, que no hay nada mejor !” ( J. Münzer ). En un documento sobre el Legado Andalusí y publicado en internet, nos dice sobre Lorca que es población habitada desde tiempos prehistóricos y en la que podemos visitar el Castillo y la Torre Alfonsina. Tienen renombre nacional sus bordados, como el punto Felices elaborado con plata y oro de carácter barroco. Se conservan las técnicas y los procedimientos originales: lienzo, aguja, bastidor e hilo, que puede ser de seda natural, rayón y canutillos de oro.
El viajero nota el dolor de pies, la sequedad, el dolor muscular generalizado y el cuerpo desvencijado, rendido, doblegado, que no partido, ante la lucha sin cuartel contra los elementos. Al llegar, me he metido hacia la derecha, pasando al lado del parque de La Peña, mayo de 1999 y continuando hacia abajo y luego cruzando el puente en busca de alojamiento. He ido a parar, preguntando, cuando son la una menos cuarto de la tarde, a la pensión Alberca, en la calle Lope Gisbert, frente al museo arqueológico, en un recorrido monumental. Habitación 303, 2500 pesetas sin baño interior, tercera planta, vista a un callejón, camastro de un metro y cinco centímetros de ancho, mesita, armario empotrado, lavabo y mesa con silla, para escribir Me ha parecido subida de precio, pero no he tenido muchas ganas de seguir buscando por la ciudad. Tras hacer una compra de algo de fruta y otras cosas para comer, he regresado para quedarme. El dueño del hospedaje, en la primera planta, donde la recepción, se entretiene con el ordenador. Me he duchado casi sin presión de agua, después en la habitación he tenido que ingeniármelas para colocar un dispositivo con la cuerda que llevo y conseguir trazar un tendedero y lavar la ropa con jabón en la pileta del lavabo. Mi camiseta huele a sufrimiento almacenado y viendo los calcetines, se puede apreciar el agotamiento febril al que he sometido a los pies. Después he comido tomates, un poco de embutido, algo de fruta y me he quedado dormido hasta las cinco menos cuarto de a tarde justo al oir en el móvil un nuevo mensaje de Beti: “ La tórtola que en el sueño, con sus quejas me quita, como yo tiene el pecho ardiendo en llamas vivas” ( Séraje - al - Warak ). Me he despertado y poco a poco he ido reuniendo fuerzas para vestirme y salir para dar una vuelta y escribir estas notas en el bar Acuario, en la Plaza de España, monumental y abierta. He subido la rampa para entrar en la iglesia de San Patricio, tambien colegiata ( 1534 - 1780 ) declarada Monumento Histórico-Artístico por decreto el 27 de enero de 1941 y que se erigió sobre la vieja iglesia de San Jorge por bula de Clemente VII en 1533. La dedicación del templo al santo irlandés tiene su origen en la importante batalla de los Alporchones, librada por la gente de Lorca contra los musulmanes el 17 de marzo de 1452. Su construcción se lleva a cabo entre 1536 y 1780 sobre el diseño de Jerónimo Quijano, maestro de las obras del Obispado de Cartagena, por lo que todo el interior, a pesar del dilatado período constructivo, presenta un marcado aire renacentista, lógicamente más acusado en los primeros espacios levantados. Concebida con aires catedralicios, su interior se articula en tres naves, capillas laterales entre los contrafuertes, coro y trascoro, elevado crucero, girola con capillas radiales y torre en la cabecera que alberga en su interior la sacristía. Es posible establecer, de modo general, grandes etapas en la construcción que se identifican con el trabajo de determinados canteros o con la realización de alguna parte significativa del edificio. Con la dirección del maestro Quijano y la participación de canteros y albañiles tales como Maestre Lope, García de Montiel y los Plasencia, se llegó hasta aproximadamente 1564, año en que ya están concluidas, o muy avanzadas, la capilla mayor, casi la totalidad de las capillas de la girola y los dos primeros cuerpos de la torre en donde se ubica la sacristia. De todo lo realizado hasta ese momento destacan la gran bóveda "de horno" de la capilla de la Virgen del Alcázar antigua patrona de la ciudad, la portada de la sacristía, a modo de arco de triunfo, y su cubierta abovedada decorada con casetones que la dotan de una gran plasticidad. Desde 1566 hasta su muerte en 1591 se hizo cargo de las obras Lorenzo de Goenaga, realizándose entonces la puerta que da a la Plaza Mayor, los muros de cierre de algunas capillas y las que quedaban por hacer en la cabecera. La mencionada portada es, como la de la sacristía, un arco de triunfo de medio punto y con un solo vano fianqueado por columnas pareadas de orden compuesto. La decoración escultórica aparece de nuevo, aunque tímidamente, en el friso, en las enjutas (medallones con los apóstoles Pedro y Pablo) y en el arco (puntas de diamante y clave con pequeña ménsula). Las tres homacinas superiores albergan las imágenes de la Inmaculada, San Francisco y San Antonio. Todo el siglo XVII se empleó en la terminación del transepto, nave principal y secundarias, capillas. Dentro, el coro, del que se perdió la sillería y los órganos, aún conserva una reja forjada en 1732 por García Valero, natural de Lorca y varios lienzos: “Muerte de Abel”, “Job increpado por su esposa”. La fachada, barroca, entre los siglos XVII y XVIII, se cree que fué diseñada por Nicolás de Bussi. Se suceden capillas a lo largo de las naves laterales. Destacan la Capilla del Cristo de Escripulas, cristo negro en cuadro y que es copia, ya que el original se perdión en la Guerra Civil. Este cristo fué pintado por el indiano Manuel Santiago de Guatemala, hacia 1759. El altar mayor es de estilo renacentista y hay una pila bautismal fechada entre los Siglos XIII o XIV.
He salido de la iglesia. Frente a mí la plaza, que tambien se llama Plaza Mayor y es el centro de la ciudad barroca, donde se ubica el ayuntamiento ( 1678 - 1739 ) cuyo edificio no fue levantado de una sola vez ya que en 1674 un terremoto afectó gravemente a la ciudad, dejando impracticable la cárcel pública. Es entonces cuando se decide levantar una nueva, iniciándose las obras del ala sur del actual Ayuntamiento. Su fachada consta de dos gruesos pilares entre los que van colocados tres arcos de medio punto en cada una de las dos plantas, un modelo constructivo de filiación renacentista que ya solo era utilizado en los claustros religiosos. El alarife Martínez Botija se encargó de la albañilería y el cantero Miguel de Mora de los sillares. Las columnas, de mármol de Macael, las hicieron los canteros Tijeras. En 1678 se decoraba el edificio, corriendo a cargo de los escultores Antonio y Manuel Caro la realización de los escudos real y de la ciudad En 1737, ante la necesidad de construir unos porches que ocuparan la totalidad del frente de la plaza, el Concejo convocó un concurso de ideas al que presentaron proyectos los maestros Tomás Jiménez y Alfonso Ortiz de la Jara. El de este último fue elegido. Eran muy similares, ya que ambos duplicaban la edificación existente, pero convenció más la propuesta de un único y gran arco central sobre la entonces calle del Aguila que uniera los dos cuerpos. Toda la decoración del edificio nuevos escudos y esculturas de la justicia, la Caridad y el perdido relieve en mármol de San José que ocupaba el hueco central del tímpano fue ejecutada por Juan de Uzeta finalizándola en 1739. La forja del gran balcón central la realizó el herrero Agustín Manzano en 1740. La pequeña portada lateral del edificio también se rea zó por estos años. El interior del edificio, remodelado completamente en 1992, ofrece al visitante una buena colección de pintura contemporánea, sobre todo pintores locales, y la contemplación en la denominada "sala de cabildo" de la antigua capilla del Consejo, con una preciosa Inmaculada del taller granadino de Pedro de Mena, y del conjunto de pinturas de Miguel Muñoz de Córdoba, realizadas en 1772, que narran en seis grandes lienzos las principales batallas en las que participaron los lorquinos en el pasado.

La Plaza Mayor, que constituye el enclave monumental por excelencia, adquirió su forma definitiva durante las primeras,décadas del siglo XVIII.Conceptuada, y no sin razón, como 'centro de poder", allí se ubicaron los edificios del Concejo, del Cabildo Colegial y del Corregimiento, además de otros destinados a servicios, ya existentes o construidos pocos años más tarde, tales como los dos pósitos, la cárcel y el mercado. Pero en general, toda la trama urbana se estaba desarrollando en esos años siguiendo en cierto modo los planes esbozados en la segunda mitad del XVI, que trataban de buscar un mejor aprovechamiento cualitativo del espacio. La apertura de nuevas calles, la sustitución de viejos edificios, el derribo de parte de la muralla y la creación de amplios lugares públicos son, quizá, las características más sobresalientes de este proceso. Las obras acabadas en este momento son todavía las señas de identidad arquitectónica y artística de Lorca hacia el exterior. En el lateral, en una glorieta, se encuentra, hecho en piedra con un volumen impresionante, un pedestal que sujeta al Angel de la Fama, que antes coronaba la fachada de la iglesia (1694- 1710) y que se trajo a este lugar para sustituirlo por una copia menos pesada, según se dice por peligro de hundimiento del frontón, pero después me dijeron que en realidad se cayó y una mañana apareció en el suelo con algunos daños. Figura colosal, sin duda. He subido por la calle Barandillas, dirección al castillo. Hay una placa “ Aquí, amando la vida y la poesía, nació, vivió y murió Eliodoro Puche, Poeta ( 1885 - 1964 ) Lorca 1989” . Acerca de este poeta, he encontrado la siguiente información y uno de sus poemas:

“ El poeta Eliodoro Puche nació el 5 de abril de 1885 en la ciudad de Lorca. Estudió la carrera de Derecho, carrera que nunca ejerció; en cambio su vida se dedicó al trabajo del periodismo y de la literatura. Sus ideas radicales socialistas le condujeron a la cárcel, al terminar la guerra civil. Las dos últimas décadas de su vida las vivió en total aislamiento, salvo la relación con unos pocos amigos. No publicó nada durante su vida, por lo que su creación literaria, fundamentalmente poética, ha permanecido desconocida hasta hace poco. Falleció el 13 de junio de 1964. De entre las obras publicadas póstumamente de Eliodoro Puche destacamos las siguientes: «Libros de los elogios galantes y de los crepúsculos del otoño», «Corazón de la noche», «Motivos líricos», «Colección de poemas»,...


CIUDADES MUERTAS


Flota un dulce reposo

en la ciudad vetusta... El sol de invierno

sobre las torres y los campanarios

deja la nota gualda de su beso.

Sólo se ven por las estrellas calles

enlutadas y clérigos...

En la fragua sombría, del martillo

sobre el yunque se escucha el tintineo.

Un ciprés se recorta

en el azul del cielo,

al elevarse rígido

de las ruinosas tapias del convento.

Un misticismo suave

lo llena todo... Un ciego

salmodia su aprendida melopea

en el atrio del templo.

(De "Libro de los elogios galantes")


Cerca de la pensión hay, en un parquecito, un busto a su memoria. Por la calle Mayor de Santa María, discurre la ruta al Cejo de los Enamorados. He subido tambien por la calle Monzón hasta la explanada de la iglesia de Santa María, cerrada y semiderruida, conserva Torre Alfonsina. Desde aquí, se pueden apreciar unas buenas vistas de Lorca. Me he parado a hablar con una señora que tiene colgada al cuello una gargantilla con su nombre: Mari Carmen y que sostiene en brazos a su nieta: Carmen Mari, mezcla de madre española y padre ecuatoriano. Hay vistas de la Sierra Almenara y carretera de Äguilas, surcando en línea recta. He bajado hacia la peatonal Corredera, peatonal y comercial. Muchos extranjeros en Lorca, sobre todo suramericanos, quizá de Ecuador en su mayoría. He comprado varias postales para mandar. Por el camino hacia el castillo, ruinoso y en obras, hay asentamiento gitano en el barrio de Santa María. A mitad de camino, he regresado. Me ha dado tiempo para ver desde arriba, el techo en ruinas de la iglesia y el de San Pedro, con hermosa torre. Me he sentado para escribir, en un velador de la Plaza Calderón. Aún hace mucho calor. Nadie vino a preguntarme qué es lo que quería tomar y me he levantado. Frente, en la misma plaza, se encuentra el teatro Guerra, aún en funcionamiento ( 1858 - 1861 ), fachada beige y rojo con figuras esculpidas de dramaturgos españoles y que por su función social y por su arquitectura podría decirse que es el edificio paradigmático del siglo XIX lorquino, siendo también el más antiguo de la Región. Fue construido gracias al esfuerzo conjunto de una sociedad de inversores particulares y del Ayuntamiento, inaugurándose en la primavera de 1861. Proyectado por el arquitecto murciano Diego Manuel Molina, presenta una arquitectura típica de estos edificios con un patio central de herradura, plateas y anfiteatro con barandales de hierro colado y un amplio paraíso. El techo, pintado por el madrileño Miguel Reyes, por su malestadode conservación fue sustituido por una nueva pintura de Muñoz Barberán que respeta la antigua disposición enriqueciéndola con escenas sacadas del mejor teatro clásico español. Este mismo artista realizó un nuevo telón con motivos del carnaval veneciano.

La calle Dr. Arcas Meca nos deja en la plaza de Colón. Bar Platea. Me he metido dentro para echar el rato y tomarme una cervecita, observando algunas fotos de la ciudad en blanco y negro y color sepia, de principios de siglo, que estaban enmarcadas y colocadas en la pared. He conocido a José María Leal Martínez, que me ha ayudado en la interpretación de las escenas callejeras y costumbres de la vida cotidiana de Lorca en esos tiempos.
José María tiene cincuenta y seis años y trabajó como gerente en la empresa de limpieza de la localidad y ahora lo han jubilado por problemas físicos. José María ama su tierra y se ha pegado su vida laboral alrededor de las treinta y nueve pedanías con que cuenta el municipio. Hemos tomado confianza y hablado de todo un poco. Me ha invitado a dos o tres cervezas que sin nada de comer, me han hecho su efecto. Le he leído varias notas del cuaderno y el hombre se ha emocionado, alabándome el gusto. Yo lo aprecio y veo en él sinceridad y complicidad envidiables. He dejado mis escritos a un lado para vivir el momento en la noche, dentro del bar Platea, con José María. He llamado por teléfono a Gloria, a Alicante. Después, nos hemos escrito en una tarjeta unas dedicatorias y nos hemos despedido en la puerta. José María es hombre conocido y apreciado, querido por la gente y si por él hubiera sido, hubiéramos estado tomando copas hasta por la mañana. Y como él dijo: “ José María, de noche y de día “. He ido a ver en persona, el estado actual de la Plaza de la Negrita, aquí al lado, pues me llamó la atención la foto del mismo lugar, setenta y un años antes y en blanco y negro. Conserva la plaza un par de viviendas como las de entonces y el ángel negrito, con túnica blanca, lo demás son edificios de más de seis plantas y coches por todos lados. En esas fotos aparecen los personajes con sombrero y a pie, con esas casas antiguas y esas balconadas de hierro desvencijado, esos tejados combados de teja árabe. Tiene mucho romanticismo la fotografía y esa escena congelada del ajetreo en la recogida de agua de la fuente central, en carros con cántaras de barro, tirados por bestias e incluso de tracción humana. Las mujeres se apiñan, enlutadas, alrededor de los caños y con un simple movimiento de abastracción, pudiéramos darle vida sin duda. Los carruajes son de madera y hay borricos con aguaderas. Todo parece estar en completa armonía y haciendo juego, quizá por el efecto igualitario del blanco y negro.
Desde este lugar, he caminado hasta una avenida con una gran fuente enmedio y rodeada de bloques de viviendas y tráfico en la rotonda, desde donde he llamado por teléfono a Beti y luego ella me ha llamado al móvil. Hemos hablado un rato, expresiva, amorosamente. De vuelta por la calle Lope Gisbert, he ido tomando nota de los monumentos que me fuí encontrando: “ Casa de los Condes de San Julián”, frente al Casino ( S. XIX ). Esta casa tiene un atractivo especial, un encanto pintoresco - pétreo singular en su fachada. “Iglesia de San Mateo”, antigua sede de Jesuitas del S. XVIII y cuya insuficiencia de rentas alargó la obra durante todo el siglo XIX, interviniendo en la construcción de su cúpula el arquitecto Justo Millán. En su interior destacan el retablo mayor, obra de Jerónimo Caballero, procedente del desmortizado convento de la Merced. “ Casa de Guevara”, barroco civil ( S. XVII - XVIII ), con portada de columnas salomónicas. Según dice la leyenda, es esta la casa solariega más bella del barroco, en el levante español y que hasta hace poco, estaba habitada por Concepción Sandoval. Perteneciente al mayorazgo de los Guevara, fue construyéndose en un período largo de tiempo hasta adoptar su forma definitiva gracias a las refonnas llevadas a cabo entre 1691 y 1705 por don luan de Guevara García de Alcaraz, caballero de la Orden de Santiago desde 1689. En 1691 se acaba la escalera principal y en 1694 está fechada la portada. Desconocido el nombre del tracista, aunque se han barajado los de Bussy o Caballero entre otros, lo que sí es claro es que se incorporó en ella el esquema típico de los retablos de columnas salomónicas de la época, sustituyendo las representaciones religiosas por la heráldica propia de la familia. El patio, cuyo espacio lo forman dos arcos en cada lado del cuadrado sobre columnas de mármol blanco, conti ene una decoración a base de motivos vegetales, cabecillas de niños, escudos y arquitectura simulada. Todo fue acabado en 1705 por el cantero Pedro Sánchez Fortún, que dejó su firma en la parte posterior de una de las hojas de la puerta principal. El interior de la casa, que ha estado habitada hasta hace pocos años por doña Concepción Sandoval, baronesa de Petrés y Mayals, quien donó el edificio a la ciudad, conserva algunos ambientes sugestivos, como el del "salón amarillo o de baile", con mobiliario del XVIII en que destaca la sillería veneciana y un gran espejo de marco tallado, pavimento cerámico valenciano de igual siglo, una capilla particular con una preciosa imagen de la Inmaculada de escuela granadina y unas pinturas murales de sabor ecléctico de mediados de siglo pasado. En cuanto a mobiliario son bastante apreciables los bargueños y veladores de diferentes estilos repartidos por la casa, así como una cama de palillos torneados de estilo portugués. Pero quizás lo más sobresaliente sea la colección de pinturas en la que merecen especial atención el gran retrato ecuestre de don Juan de Guevara, la veintena de cuadros de Camacho Felizes, un par de representaciones de la Virgen de excepcional calidad de mano del madrileño Antolínez y del italiano Giambattista Salvi, "il Sassoferrato", y una buena serie de pequeños retratos de los Madrazo y su círculo


Me he metido en la pensión y tras recoger mis cosas me he echado en la cama, desnudo, con las ventanas abiertas, para dormir. Pasan las doce de la noche, necesito descanso.

TERCER DÍA: 17 DE AGOSTO DE 2001

He madrugado y a las seis y cuarto ya estaba ultimando para coger la mochila y salir de la pensión, dejando las llaves en recepción y tomar la calle a la izquierda, atravesar el puente y meterme en el bar La Sociedad, uno de los pocos abiertos a esta hora, para tomar un café. Antes me tomé un plátano que ya comenzaba a ponerse demasiado blandito. En el bar hay ajetreo de cafés, madrugadores, trabajadores, humo de tabaco y copas de coñac. Hace calor aún a estas horas, en que todavía ho ha salido el sol y lo único refrescante son esos dos mensajes seguidos de Beti que me llenan de felicidad, que me colman de dicha, con ese “Te quiero” final. He salido hacia la derecha, por una calle donde los hombre en las aceras, esperan el vehículo que les llevará al trabajo. Son hombres grises, con sus neveras azules, todas iguales, que dejan sus casas para acudir a los trabajos, dia a dia, así siempre, con sus neveras azules y la comida del día. He bajado hacia la carretera que conduce al río, pasando al lado del centro comercial Eroski y luego continuando hasta una gasolinera, donde he preguntado en busca de información.
Aunque en principio pensé continuar el curso del río, por su cauce seco, al final, y debido a la dificultad para caminar en un sendero no siempre claro, he optado por seguir la carretera, via de servicio entre chalés y huertas familiares, terrenos de melonares y granjas de cerdos chillones, muertos de hambre. Es un camino asfaltado que conduce, tomando otro a la derecha, a la iglesia de Santa Gertrudis. Comienza a salir el dios Sol, enorme y naranja, abriéndose paso entre las nubes. Sudo, camino y callo. Pienso, sigo caminando entre los olores de las huertas, los ladridos de los perros desesperados detrás de la reja que se desgañitan sin sentido cada vez que alguien pasa delante de la finca. Son perros ladradores y por fortuna, poco mordedores. Perros de todos los tamaños y colores, perros y más perros. Paso a paso, he llegado al cruce con la carretera que conduce, a la derecha a la iglesia de Santa Gertrudis y he continuado recto. Huele a cerdo, a desechos. En la bifurcación he preguntado a una mujer que iba en coche y que se ha limitado a hablar despacio, muy bajito, sin abrir el cristal. Desconfía de mí y no me entero de lo que dice. Solo he sacado en claro que es mejor tomar a la izquierda. Sigo, un poco por intuición, ese camino y al pasar junto a una explotación, he preguntado de nuevo, esta vez a un hombre curtido por el trabajo, un hombre de la zona y acostumbrado a los azotes de la vida. He retrocedido un poco y cogido una carretera que me ha llevado hasta tocar la vía del tren y continuar a la dereha por la vía de servicio T - IV paralela a esta. He cogido n melón del tamaño de una pelota, amarillento y maduro. Por la vía de servicio van pasando grupos de inmigrantes marroquíes. He saludado y cambiado algunas palabras con ellos. Me cuentan que hay mucha gente y poco trabajo. En sus rostros se refleja, sin interferencias, la mirada de desesperanza, de hastío, mientras siguen caminando de espaldas al sol, esperando el momento, la ocasión, la oportunidad para reclinarse en la tierra y coger su fruto a cambio de lo que sea. Uno de ellos me ha pedido tabaco, que no pude ofrecerle. Es un chico joven y tiene un gesto jovial, casi filosófico. Al final, se va distinguiendo en la bruma matinal, el perfil de la estación de FFCC de La Hoya.
He cruzado la vía a esa altura y entrado en el pueblo hasta el pie de la iglesia, donde he pedido agua y he partido el melón para comérmelo enterito. Luego he entrado en un bar y he pedido café y tostadas con tomat y aceite que me han hecho un bien sin palabras y desde aquí escribo. Frente a mí, la masa montañosa de Sierra Espuña y de nuevo la incertidumbre. A ver que pasa. El sol está pegando de la lindo y resplandecen en fucsia, con fondo blanco, las coronas de buganvillas. El bar se llama Bar Toni. Durante todo el tiempo han ofrecido al viajero música ambiente, con ritmos tropicales, muy animada. El viajero paga y se siente muy bien, porque hay buen servicio y es económico ( 250 ptas todo ).
Así es que he salido y luego entrado en la tienda de comestibles Guedi, escrito en letras grandes y rojas. Guedi es diminutivo de Águeda, que así es como se llama la dependienta, una chica de veintidós años : Águeda Bravo Martínez, C / Mayor nº 17 - CP : 30816, La Hoya, Lorca - Murcia - . Me ha dejado tambien sus teléfonos, el móvil y el fijo. He comprado víveres: zumos pequeños, chocolate, pan. Cuando me ha dado la cuenta la he mirado y le he comentado que estaba escribiendo un libro, en denitiva, mi leyenda. Le he dicho que si quiere, pues que le mando una copia cuando esté listo, aunque esto último no lo he dicho convencido. La chica, mientras anotaba su dirección completa en un papel, con teléfono y todo, quizá ignoraba que mirándo a través de su escote, asomándome al balcón de sus redondeces y formas regalo del cielo, estaba creciendo dentro de mí un deseo en escalada que hacía anclar mis ojos. La chica escribía, yo miraba sus senos redondeados, deseando que no terminara nunca y que su dirección fuera una dirección extensa, como la que tienen los edificios públicos o la de las personas que viven en ciudades, en barrios numerados. Águeda se casa dentro de dos meses. Me he marchada, pero cuando he caminado unos metros, algo me hizo volver, un deseo irrefrenado. Me sentí atrapado por la voluptuosidad de aquellos pechos, por el calorcillo que emanaba, por sus ojos... Y dí la vuelta. Al entrar en la tienda con la excusa de hacernos una foto, estaba acompañada, algo se había roto y tuve que resignarme. Para disimular, entré en la carnicería anexa y compré un salchichón de carne de cerdo. Con mis deseos reprimidos, en ebullición, con mis cavilaciones y un tropel de fantasías, fuí poco a poco volviendo al río de mi camino y conformándome. Antes de salir de La Hoya me paré en un bar para preguntar por un camino que me pudiera colocar en linea recta en Aledo, pero no me indicaron con exactitud y continué la carretera hasta dar con la nacional y luego un poco a la izquierda hasta meterme casi sin pensarlo, en la autovía. Los coches pasan sin parar. Hace calor y es peligroso el caminar, aunque dispongo de arcén suficiente. La única ventaja es que los vehículos, al pasar, levantan un poco de aire y me alivia. Caminando por la autovía, paso a paso, mirando de frente a los turismos y camiones que vienen de cara, a los turistas extranjeros con matrículas distintas. Mirando al frente, buscando señales de algún carril paralelo. Con el viento de los vehìculos mi gorra voló y fué a caer al cauce seco de un río, justo debajo de dos puentes paralelos, de las dos carreteras, la nacional 340 y la autovía. Dejé la mochila y bajé para recuperarla. En ese momento me dí cuenta que esto podía suponer una señal y continué esta rambla hasta dar con un camino que se mete entre fincas de cítricos. He tomado a la derecha, hacia el sentido de mi marcha. A mi izquierda y derecha regadíos de limoneros y naranjos. He pasado por el “Cortijo Chico”, llamado así, aunque es bien grande y hermoso. Ha pasado un hombre con un coche. Por casualidad voy en buen camino y al pasar unos eucaliptos que flanquean el sendero, voy a parar a la vía de servicio paralela a la autovía y que me llevará a Totana. Antes, refugiado tras el tronco de un enorme eucalipto, silencioso como una tumba, arropado por su sombra, me he satisfecho yo solito, oyendo el ruido de coches que pasan monótonamente por la carretera y mirando el verdor de los árboles frutales. Un desasosiego interior puebla la mente del caminante, una intranquilidad excitante le impide caminar con soltura y concentración. A veces, el viajero se ve preso de un acaloramiento que no puede controlar y cualquier elemento, una figura al trasluz, unas piernas que suben unas escaleras, una silueta, la redondez de unos senos, pueden turbarlo. Porque el viajero necesita, de cuando en cuando, un recreo para su mente, para sus pasos a veces monótonos. El viajero, vé que se le aparece la virgen cuando le dedican una sonrisa y se siente agradecido como él solo. He continuado caminando por la carretera en dirección hacia Totana ya más relajado, más tranquilo, más liviano.
A mi izquierda abundan cultivos de sandías y labores agricolas de plantación de brócolis a través de unos tubos de zinc que se clavan en la tierra. El campesino va depositando dentro las pequeñas plantitas de pocas hojas, que quedan colocadas automáticamente en la tierra. Las mujeres van ataviadas con pantalones anchos y camisas de colores, llevan sombreros de paja con una cintita para protegerse del sol. Les he saludado con la mano y he continuado el camino. He dejado la señal que anuncia el desvío a Lebor y más adelante a El Hinojar. Lebor queda a la izquierda y hay que cruzar la carretera y El Hinojar a la derecha. Ambos son pedanías de escasa entidad. He llegado a una gasolinera donde compré una botella de agua mineral y he rellenado la cantimplora. La que sobraba, me la he ido bebiendo por el camino. De paso, lavé un par de tomates y me los eché a la boca. Estuve hablando un ratito con dos hombres : José, trabajador en la estación de servicio y un amigote de él que se llama Antonio. He continuado, acercándome a Totana y veo a un lado y otro, almacenes y explotaciones ganaderas. En Totana me he metido por la calle principal para luego tomar a la izquierda y en una rotonda con un monumento que representa a una figura femenina hecha en piedra, he cogido a la izquierda, hacia el centro de la ciudad, hasta llegar al parque. He pedido una cerveza y me he sentado a descansar. Antes, entré en un centro comercial a las afueras y compré dos yogures. Mo me dió tiempo a más, el aire acondicionado estaba muy fuerte y noté una diferencia de temperatura que me asustó. En el parque me he comido medio salchichón con pan y poco más. A mi lado, en otro banco, dos mujeres de Marruecos hablan entre sí, mientras el hijo de una de ellas se aburre como puede. Una de ellas, Hafida, se ha levantado y me ha pedido un cortauñas que le dí con mucho gusto. Es una mujer ya madura, de unos cuarenta y tantos largos años, calculo y hemos hablado en francés. He tenido que esforzarme, ahora intelectualmente, para seguir la conversación. La otra no habla nada más que árabe y alemán, pues está trabajando en Alemania. No recuerdo ni su nombre ni el del niño tampoco. Hablando, hablando, hemos hecho confianza natural y he recogido mis cosas para acompañarlas a comer al Hogar del Jubilado, con fondos subvencionados. Mientras ellas comen de lo que hay en las vitrinas, yo me tomo un café. Es un edificio acondicionado, con exceso de aire frío quizá, donde los vejetes se entretienen a los naipes o simplemente hablando. Algunos mayores han intentado ligar con Hafida y uno de ellos conoce bien el francés, manteniendo una conversación fluída con ella. Después me he despedido y bajado al parque para tumbarme a la sombra, bajo un pino y sobre el césped con mi saco por almohada y el aislante debajo. Aunque se está cómodo, las moscas inoportunas y un pelotón de hormigas han limitado mi siesta a un rato, en el que he tenido que poner a trabajar mis brazos para espantarlas una otra vez sin fruto ni consecuencias.
Pasadas las seis , he decidido levantarme, asearme un poco en el bar donde estuvimos y tomar rumbo a Aledo por La Santa. Voy subiendo por las calles altas de Totana y saliendo poco a poco del pueblo. A las afueras, pasada la gasolinera, se suceden los chalés con jardín y los olores se incrementan. He caminado bien. Llevo agua suficiente y además fresca, de botella. Mis recursos hídricos son buenos, el camino ensombrecido y cae la tarde. Que más se puede pedir. La amenaza de un sol inquisitivo, se ha borrado y aunque hay algo de subida, más que restar ánimos, los fortalece. Hasta La Santa, hay ocho kilómetros, a Aledo diez. En el kilómetro cuatro más o menos, se han terminado las urbanizaciones para comenzar una zona de montaña cuajada de pinares. El olor atrayente y algo lujurioso de este árbol, me llena el espíritu y me trae recuerdos vivos, palpitantes, de todos los viajes, hasta incluso de aquellos primeros, sinendo niño, cuando en los veranos, con mis padres íbamos a pasar unos días fuera de la rutina del pueblo, ca casa de unos tíos que viven en la provincia de Tarragona.
Pasan por la carretera, de vez en cuando, ciclistas con su indumentaria deportiva, sudorosos, desafiantes. Nos hemos saludado, quizá porque ellos al igual que yo, sufrimos y nos unimos frente a la montaña, con el esfuerzo. El viajero va reflexionando a medida que avanza, pasando uno y otra curva. El viajero no deja nunca de pensar y se va dando cuenta como la montaña le abre las puertas al camino. El viajero siente, quizá de pura corazonada, que el camino se ha dado cuenta que hay un hombre que lo va recorriendo paso a paso con su mochila y se deja hacer, abriéndose de par en par para mostrar su cara más buena, más amable. Esto puede parecer extraño, increíble, pero el caminante, que se siente feliz, potente, poderoso, pone su mente a trabajar en el sentido que más le conviene. El viajero se sustenta solito, con los estímulos que va encontrando y que a veces pueden parecer insignificantes, con las gentes que se encuentra, con la sierra y la montaña, con los caminos acogedores. Pero ante todo y por experiencia, no da nada por hecho y procura animarse.
Es en este momento cuando he tenido la intuición de estar entrando en la juventud del camino. Subo y subo de un tirón, con la camiseta empapándose, pero sin tregua para descansar. Así es que a las ocho menos cuarto de la tarde, me he encontrado en el cruce que nos conduce al Santuario de Santa Eulalia ( La Santa ) Siglos XVI - XVIII. Se ven edificaciones en construcción y al rebasar el lugar, tambien la planta exterior de una iglesia o ermita. Más adelante, a la izquierda, un área recreativa y la figura levantada sobre pedestal de La Santa. Nada más pasar todo esto, el terreno se allana. Al fondo, ofreciendo imponentes vistas, el restaurante con mirador “ El Jumero “. He subido las escaleras para disfrutar de la tarde con el sol cayendo. Abajo, Aledo, villa medieval, detrás lo recorrido antes, las primeras luces de Totana y la infinitud de caseríos alrededor, en medio del valle. Me he tomado una cerveza y me ha llamado Beti, que está de guardia en en hospital. Hablando con ella miro al pico más alto de Sierra Espuña, el Morrón de Sierra Espuña, donde se ubica un Escuadrón de Vigilancia Aérea del Ejército del Aire. Pico Espuña 1583 m sobre el nivel del mar. He hablado con Beti. Es sus suspiros silenciosos, en sus sonidos, en sus anhelos, compruebo la dimensión de su amor, que toca las cimas montañosas que se elevan a miles de metros por encima de las nubes que ahora pueblan la sierra.
Y así, mientras utilizo mi cuerpo para definir, para recorrer el terreno, como conejillo de indias, como banco de pruebas de mí mismo, ella, en el hospital, mira el mapa y sigue mis pasos en la lejanía. Sé, sin que ella lo diga, que a cientos de kilómetros, con su dedo, con sus ojos, con su imaginación y sobre todo con su deseo, recorre tambien los kilómetros que día a día voy dejando atrás. No me he sentido nunca tan acompañado como en este viaje, precisamente porque yo lo vivo y ella lo sueña. Vida y sueño, una misma cosa con distinto nombre. La vida crea el sueño, que se alimenta de ella y a la vez, la fortalece. Así es la cosa; los dos viajamos con el soporte de mi cuerpo. Este libro es reflejo de este viaje común y por eso va dedicado a ella, en gratitud a este sueño tan hermoso que puebla sus noches y en el que me siento dichoso de aparecer.
He caminado el kilómetro que resta para llegar a Aledo y me he metido por la calle larga que conduce al final del pueblo, justo a la plaza donde se sitúa la iglesia, el ayuntamiento y el castillo. Antes, paré a la entrada, al lado de una fuente, para hablar un poco y luego para comprar postales para el recuerdo.
Aledo espera fiestas a final de mes y en la plaza, por la puerta trasera del ayuntamiento, dos chicos se afanan en el montaje de las luces. Uno de ellos ha entrado en el edificio y me sacó varios folletos del pueblo. Uno de ellos, resume un poco de historia y monumentos, algo de gastronomía y artesanía que yo comento por encima: “ Aledo tiene 50 kilómetros cuadrados y se extiende en la vertiente meridional de Sierra Espuña. Tiene 600 m sobre el nivel del mar. Cuenta con 991 habitantes dedicados en su mayoría a la agricultura, cultivos de regadío para la uva de mesa, variedad “dominga”, situadas en las zonas de Los Albares y Los Gallos. tambien se cultiva almendra y vides. Aledo, en su historia, hay que nombrar que se remotna al siglo X, en la dominación musulmana, de ahí, la fortaleza existente y que pasó a fines del siglo XI a manos cristianas con Alfonso VI. Recuperación y abandonos cristianos hasta el S XIII que se incorpora el Reino de Murcia a Castilla. Aledo fué entregado por Alfonso X El Sabio al Maestre de la Orden de Santiago, Palay Pérez Correa. En la reconquista de Granada se produce un descenso de habitantes, al haber perdido su condición de baluarte fronterizo. Es por ello por lo que pasa a depender de Totana. A partir de 1793 se separa de ella y es considerada como la Muy Noble y Leal por intervenir en campañas en defensa de Cartagena con Felipe III o con Felipe V en la Guerra de Sucesión y de la Independencia.
Monumentos destacables son : Torreón Árabe y resto de Murallas del antiguo Castillo. La Picota, antigua construcción para el castigo. El Torreón ( La Calahorra ). Iglesia estilo barroco ( S XVIII ) con torres gemelas a los lados y fachada estilo herreriano. Es famosa en Aledo, sus alfarerías para decoración y algo de esparto.
En cuestión de gastronomía destacan las gachas migas con tropezones y el Jallullo, con harina.
Alrededores : Cueva de la Arboleja ( Estrecho de la Arboleja ), Cueva de la Manta.
El viajero se ha metido para cenar y escribir, en una terraza con música y mirador, pasada la iglesia. Allí ha conocido a una gente fenomenal que le han puesto para alimentarse, unas morcillas, lomo y salchichas, remojadas en cerveza, todo ello con un humor y simpatía envidiables que le han hecho sentirse amplio y feliz como en casa. Las vistas son nocturnas y detrás queda El Torreón, que posiblemente albergará esta noche, en sus alrededores, el sueño del caminante.
Hace fresco aquí arriba. Después de la cena y las cervezas, he salido para dar una vuelta por los alrededores. El lugar constituye una atalaya impresionante, con unas vistas de pájaro a gran altura. El viajero está explorando los rincones para cobijarse fuera de la luz y del frío. El viajero, tras seguir algunas indicaciones, va a colocar su saco bajo unos setos, detrás de un muro, en una zona resguardada a la que solo se accede por un lugar. Y después de despedirse de todo el personal que mantiene la terraza “ El Patio del Cura”, se va a dormir, abrigándose y escuchando a cada momento el sonido monótono y metálico de las campanadas. Han cerrado la terraza y el silencio es absoluto, casi increíble. EL viajero se siente bien, tumbado boca arriba viendo las estrellas hasta que se quita las gafas y al poco, se va quedando dormido de cansancio y de felicidad.


CUARTO DÍA: 18 DE AGOSTO DE 2001

Por la noche hizo un frío intenso y el viajero ha notado que tenía la cara helada y tuvo que cambiar de posición repetidas veces para no incomodarse. Por la mañana, el viajero se siente perezoso y aunque oyó cómo tocaron las seis y sucesivos toques, cada cuarto de hora, no quiso levantarse hasta las siete y media, justo cuando los vecinos comenzaban a salir de sus casas y se oían comentarios por las calles.
El viajero se siente resguardado y calentito en su saco y le cuesta ponerse en pie. Cuando al fin lo hace, recoge su mochila y va a asearse a una fuente, junto al torreón. De paso, hace una foto al horizonte, con el Sol que acaba tambien de levantarse, todo anaranjado, tras la cuna de las montañas.
He bajado la calle y caminado hacia la entrada del pueblo. A mi olfato ha llegado el olor de una panadería y he entrado sin preguntar. Es un horno donde se elabora pan y dulces de pimentón. El panadero saca las tortas calientes y su mujer las corta a trozos a razón de once duros el trozo. El panadero es un hombre sin humor que se enfada a voces y reproches, lanzando improperios contra su mujer, que cansada, suspira. Se nota enseguida que está acostumbrada y no rechista. Al hombre no le ha parecido bien que haya tres personas, incluyendo a un servidor, mirando lo que hace. He cogido mi torta y me he marchado sin despedirme.
Más abajo del monumento a los Donantes de Sangre, obra financiada por la Caja de Murcia, me he metido en un bar, al lado de la tienda de regalos de alfarería, para tomarme un café y salir pitando, cuando rozan las ocho y media de la mañana.
El viajero toma la carretera que dejó ayer, a la izquierda, en dirección Bullas y comienza su caminar mañanero entre chalés y arboleda, tambien árboles frutales y almendros.

He caminado durante cinco kilómetros para llegar al cruce con el Collado Bermejo y con el camino que lleva al Escuadrón de Vigilancia Aérea nº 13, a doce kilómetros, y he tomado esta otra carretera que nos adentra en el Parque Natural. Sobre este paraje, Jerónimo Hurtado, en el año 1584 nos dice lo siguiente: “.. y á la mano derecha entre Aledo y Alhama ay una sierra notable llamada Aspuña; es la más alta deste reino y que primero se descrubre á los que nabegan de Berbería ú de lebante para España y ansí entiendo, que se a llamado Aspuña de España, como luego los navegantes en uiendo tierra apellidan el nombre Despaña...” .
Sierra Espuña es un enclave montañoso que se eleva en la zona central de la Región Murciana, encajado entre los valles de los ríos Guadalentín y Pliego, ocupando una superficie de algo más de veinticinco mil hectáreas, de las cuales, diecisiete mil ochocientas cuatro y desde 1995 han sido declaradas como Parque Regional.

El asentamiento humano más antiguo en esta zona, data del Neolítico medio y el Eneolítico ( entre 2000 y 3000 años antes de Cristo ), cuando el desarrollo de la agricultura y la ganadería hizo posible que en los valles más húmedos y cálidos se asentaran varios grupos humanos, dominando los fértiles valles de la periferia de la Sierra. Por esta zona existieron poblados argáricos , íberos y romanos, pero es sobre todo a partir del año 713 de nuestra Era y con la llegada de los árabes, los que mayores evidencias nos dejaron, siendo testimonio de ello, los poblados fortificados de Aledo, Alhama y Pliego o la introducción de cultivos como la vid, el trigo y el olivo.

Con la Reconquista, en una etapa de relativa paz, la población abandonó las fortificaciones para dedicarse a las labores del campo como la agricultura, la ganadería, el leñeo o el carboneo.Este aprovechamiento masivo de los recursos naturales de la Sierra produjo drásticas deforestaciones de sus montes. En el siglo XVI se comienzan a construir los primeros Pozos de la Nieve, antiguos frigoríficos en los que durante el invierno sse almacenaba nieve para producir hielo y utilizarlo durante el verano. Hoy en día existen veintiseis construcciones existentes, ubicadas a unos mil trescientos metros de altitud, constitiyendo uno de los complejos arqueológicos industriales más valiosos de los montes mediterráneos.

Refrescando un poco la historia del parque, podría decir que a finales del siglo XIX se llevaron a cabo trabajos de repoblación forestal a base de pinar, iniciándose hacia 1891 y prolongándose durante 12 años de trabajos, a cargo del insigne ingeniero de montes cartagenero D. Ricardo Codorniu. En ella, casi cinco mil hectáreas fueron cubiertas de este tipo de conífera. El buen resultado de esta acción hizo posible que en 1931 se declarasen algo más de cinco mil hectáreas como Sitio Natural de Interés Nacional. En 1973 se calificaron más de catorce mil hectáreas como Reserva Nacional de Caza y en 1978 el antiguo Sitio Natural, se recalificó como Parque Natural, ampliando su superficie a nueve mil novecientas sesenta y una hectáreas. En tiempos más recientes, en 1992, se le otorgó la categoría de Parque Regional.

El relieve de la Sierra es agreste y complicado, con abundantes y profundos valles y barrancos interiores y elevadas cumbres. Destacan el Valle del Río Espuña, Valle de Leyva, Barranco de Enmedio y Barranco de la Hoz. Entre las cumbres más elevadas, superando los mil quinientos metros sobre el nivel del mar, están el Morrón de Totana ( 1585 m ), el Pedro López ( 1566 m ) y el Morrón de Alhama ( 1507 m ).

En la Sierra encuentran su hábitat el jabalí, el azor, el búho real, el arrendajo, el piquituerto, la culebra bastarda. El espacio aéreo está ocupado por el águila real, las chovas piquirrojas y los aviones roqueros. Tambien, en las cumbres, existen ejemplares de muflón de Atlas, introducido en 1970 y el gato montés.

El viajero no ha visto ninguno de estos animales, quizá porque no ha estado muy atento y se ha dejado llevar por la continuidad de sus pasos, de su infatigable caminar hacia arriba. Lo único que ha podido ver, porque se le ha cruzado al paso ha sido, dando saltitos, rojiza y extraña, una ardilla, la ardilla de Espuña, subespecie exclusiva de estos montes, con su gran cola y que después se ha subido al tronco de un pino.

Todo son pinares, pinares de repoblación donde podemos encontrar tres variedades: el pino carrasco, el más abundante, el pino ródeno y el pino negral. El terreno está seco, “está que arde”, como indica una señal. No hay que olvidar que hidrológicamente, Sierra Espuña es pobre en agua de circulación superficial y que sólo algunos barrancos cuentan con afloramientos puntuales o de escaso recorrido. Sin embargo, es significativo el número de manantiales dispersos como el de Fuente Blanca, Fuente Bermeja, El Hilo, Fuente Perona, Fuente Carrasca o El Sol. Al poco tiempo, he encontrado el Área de Acampada “ Las Alquerías “, que tiene casitas de madera a la parte derecha y donde hay alojados unos monitores al cargo de unos chavales que pertenecen a las Juventudes Franciscanas ( JUFRA ), de Totana. Me he lavado un poco y sentado a escribir. Me han ofrecido un café mientras ellos desayunan sobre una larga mesa de madera.

El viajero, un poco antes, mientras comía un poco de chocolate y dulce de pimentón, se siente de nuevo privilegiado, cuando ve a su alrededor, el grupo de chavales en su quehacer casi doméstico, recogiendo las mesas y barriendo el suelo. El viajero no tuvo que dejar nada fregado, ni barrido, ni tuvo que despedirse con diplomacia de nadie esta mañana. Al viajero, tempranito, nada más levantarse, no le apetece hablar ni atender a muchos quehaceres. Se coloca su mochila y va dejándose llevar hasta que se va calentando poco a poco.


He aprovechado para ir al servicio y de paso, lavarme los dientes, que todo hay que cuidar. Después, he subido por las curvas ascendentes en medio del bosque. A veces, alternan los pinares con las encinas ( quercus rotundifolia ), cuya presencia está más reducida. El sotobosque está formado por especies propias del matorral mediterráneo, como la coscoja, el enebro o el lentisco. En las laderas solanas abunda el matorral desarbolado de mediano porte como el esparto, el romero, el tomillo o la jara.. Se está nublando la mañana, en la altura. Hay silencio y oigo mi respiración, mis pasos, notando el sudor que puebla mi frente, mi cabeza, mi mejilla. Se nota, igualmente, la humedad, que no la presencia del agua, sí , su misterio. Este macizo montañoso posee un microclima algo más húmedo que el resto de la Región, con una temperatura media anual de casi catorce grados centígrados y una precipitación media que en las cumbres es del orden de los 500 mm/año.

He ido subiendo hasta el Collado Bermejo, una explanada a unos 1200 metros desde donde se puede acceder al E.V.A.,a cinco kilómetros, subiendo por la carretera a la izquierda. A la derecha, por pista de tierra, podemos llegar a Alhama de Murcia o bien, camino que he optado por seguir, bajar por la carretera que lleva a El Berro, Huerta Espuña o Fuente del Hilo. Por la carretera del Escuadrón de Vigilancia, podemos acceder al Pozo de la Nieve, a unos tres kilómetros, lugar de singular belleza, según me contaron unos ciclistas que pararon para descansar y refrescarse en el Collado Bermejo. El pico Espuña, insignia del Parque Natural, se yergue altivo y solitario, allá arriba, con su cumbre abierta que roza los 1600 mts. Después de hacernos una foto en grupo, los ciclistas han continuado su camino y yo el mío hacia El Berro.

En el descenso he encontrado construcciones como La Casa Rosa, a 1036 m, que aunque abandonada, tiene su encanto con ese horno de barro y esa higuera al borde del barranco. Más abajo, llegamos a un cruce, que si lo tomamos a la izquierda, llegamos al Barranco de Leyva y Aérea Recreativa “La Perdiz”, que es por donde he tomado. Al frente, tenemos el Centro de Interpretación del Parque y Huerta Espuña, tambien la Fuente del Hilo y Fuente del Sol, en el camino que conduce a Alhama.
En la bajada, con el sol bien arriba y la sequedad ambiental absoluta, el viajero suda, se lamenta, sufre y a esto, la naturaleza impasible, sigue indiferente su curso. Proliferan los matorrales con espinas y de cuando en cuando, como un pequeño regalito, al viajero le llega una ligera brisa fresca de no sabe dónde.
Sin darse cuenta, envuelto en sus pensamientos y recuerdos, el viajero llega a la Fuente de la Perdiz, de agua potable aunque no tratada sanitariamente, la cual está situada al mismo borde de la carretera, bajo el restaurante pintoresco del mismo nombre y que actualmente se encuentra en reformas. En su lugar y para no perder clientela, ni vida para los aledaños, han colocado un chiringuito improvisado con veladores y sombrillas. Y así como el encanto no solo reside en el lugar, sino tambien en las gentes, en su carácter, la gente sigue acudiendo con asiduidad a este oasis que tiene historia propia.

Al entrar, buena intuición por mi parte, he entablado conversación con Paco. Es este hombre una persona inteligente y con mucha sabiduría, que me ha estado hablando de muchas cosas relacionadas, con un punto de vista muy profundo, particular, filosófico en su serenidad. Es un gran hombre y hemos compartido un buen rato a la sombra de una cerveza y del pacharán. Es natural de la ciudad de Murcia y mientras su familia se va a la costa, él se viene por aquí, a disfrutar de estos entornos y darse un paseo por la sierra que como bien dice, es sierra de bolsillo. Cuando he salido, él tambien se ha marchado. Me ha dado agua y he llenado la cantimplora. Nos hemos despedido con varios apretones de manos.
He pasado por el Área de Acampada y en la curva, la Virgencita Blanca del Pilar sobre pedestal. Debajo hay una leyenda y una fecha: “Sierra Espuña, 2 de enero de 1940”.
Surcan la montaña, como reptiles, los numerosos cauces secos, las numerosas franjas por donde el agua, algún día, dejó su huella al pasar. Ahora, el viajero, no siente el ruido ni el frescor de esa caída milagrosa y todo esto lo echa de menos.
1 He llegado a la altura del cruce con el Barranco Leyva, que no tomé y después un nuevo cruce que a la derecha nos lleva al Centro de Interpretación y Huerta Espuña y a la izquierda, hacia el poblado de El Berro a dos kilómetros y medio. Un nuevo cruce, después de tomar hacia El Berro, nos indica que a la izquierda podemos llegar a esta aldea y en linea recta a Alhama de Murcia.
He bajado al pueblo y enseguida, muy cansado, me he metido en el cámping Sierra Espuña para tomar una cerveza. El viajero va haciéndose sus conjeturas y baraja posibilidades para darse una ducha. Al viajero le hace falta meterse bajo el agua y cuando se toma la cerveza, se anima, recoge su mochila y se mete en los baños donde hay duchas. Desmonta la mochila, coge lo necesario y se mete bajo la presión del agua fría, sin rechistar casi. Se enjabona, se seca y cuando cree que está todo hecho y que su labor higiénica ha pasado desapercibida, en la puerta le esperan para pedirle explicaciones, que el viajero no sabe dar. Ante el caso, el viajero se calla y paga las 455 pesetas que es lo que cuenta la estancia por persona y dia. Después de pedir perdón sin demasiado convencimiento, el viajero se da cuenta que puede lavar la ropa sucia y darse un baño en la piscina por el mismo precio; así es que lo aprovecha.
Me he ido a los lavaderos y friega que te friega a mano hasta quedar todo listo, incluso el pantalón corto. Luego he tendido la cuerda a mi libre albedrío entre la valla de la pista de tenis y un poste de luz, cosa que no gustó a los dueños del recinto por la ruptura que ha supuesto con la estética del establecimiento. Así es que los dueños no tuvieron inconveniente en levantar al viajero de su siesta sobre el césped al lado de la piscina. El viajero no ha almorzado y se siente débil y un poco agobiado ya, así es que con un poco de malhumor pero sin mostrar disgusto, desata lo atado y coloca la ropa en otro sitio.
Cuando me he levantado pasaban las seis. Como no me han salido las cosas muy bien, he recogido la colada y he salido pitando del camping, sin decir adios, para cruzar el pueblo a todo lo largo y andar decididamente, casi con despecho, en dirección a Pliego. He pasado por la plaza de El Berro, para comer un poco chocolate y un melocotón al lado de una fuentecita y de paso escribir algo, quizá para llevarme algún recuerdo agradable del lugar.
El viajero copia lo que ve en una de las losetas pegadas a la pared: “Plaza del Berro” y debajo : “Vicente, Matilde, María, Juanito y Salvador”. No se sabe muy bien a que responde este listado de nombres propios, pero me siento satisfecho, lleno mi cantimplora en un bar a la salida y me pongo a caminar hacia Pliego.
Llanea la carretera, voy a buen ritmo y no se me nota el cansancio. A un kilómetro del cruce podemos encontrar una carretera que nos conduce al Manantial Fuentedueñas, a siete kilómetros. Se terminan los pinos y siguen los almendros en cultivos alineados. He llegado al cruce sobre las ocho menos cuarto de la tarde y sé que se me va a hacer de noche en el camino, pués aún quedan once kilómetros para Pliego, tomando a la izquierda por la carretera C - 315.
Se suceden los cultivos de melocotoneros detrás de las alambradas. He oído un ruido y por extraño que pudiera parecer, es el de un canal con abundante agua de regadío, asi es que a pesar de la caída de la tarde, me he parado y refrescado como he podido, ayudándome del vaso que traigo conmigo. A la izquierda, derruída, muerta, pero aún en pie, se puede ver una iglesia o ermita con espadañas y al lado una casa con fachada en rojo. Ladran los perros. He parado en una casona a la izquierda, es la Venta de la Garita.
En su interior hay una mujer mayor y un chaval que se llama Emilio. Les he pedido agua, que me ofrecieron en una cántara de barro blanco con pitorro y que tiene, en su parte superior, una apertura mayor cubierta por un paño de cuadros rojos y blancos. Hay dos iguales, una al lado de la otra. Parecen gemelas. He sudado, tras ingerir el líquido y he seguido camino, ya medio oscureciendo.
El cruce de Fuente Librilla está un poco más adelante y para ir a ese pueblo hay que recorrer unos ocho kilómetros. Para Pliego quedan siete. He hecho una diapositiva con el sol ocultándose en el horizonte. He pedido agua en la cortijada, llamada antiguamente “Llano de la Casilla” y hoy “Retamosa Collado Blanco”. Me he precipitado en el caminar y con cierta poesía he construido esta frase : “ - ¿ quién, a cada gota de sudor, irá oliendo los pinos cuando yo ya no esté aquí ? “. Tierra blanca y almendros. Alto de Espuña a 465 m. He tenido que arrimarme bien cerca para ver la señal. Allá debajo, al fin, a dos kilómetros, se ven las luces del pueblo.
El viajero se dá cuenta que ha caminado todo el dia, de sol a sol, como los antiguos campesinos. El viajero no siente dolor de conciencia y se agradece haber llegado bien.
Me he metido en el pueblo por la calle Chacona y he ido a parar a cenar al bar El Obrero, donde hay una chica que se llama Juani, detrás de la barra y que me nombra, para avisarme, diciéndome : “ maestro “. Es una chavala que gusta en seguida, por su espontaneidad. Dentro, en un salón, unas chicas celebran una despedida de soltera. Van todas muy arregladas. He llamado a Beti, que tiene guardia en la clínica. Me llamó Gloria y se cortó la comunicación, pues se agotó la batería del móvil.
El viajero se ha dado hoy una buena paliza y le llegó la noche. El viajero ha recorrido cuarenta kilómetros y cruzado la sierra, así es que se prepara mentalmente para tomarse una jornada más relajada, para mirar mejor las cosas y escribir postales. Creo que se lo merece.

He cenado lo mismo que anoche: dos trozos de morcilla, salchichas y lomo. Dos cervezas para remojar. ( De todo dos ).
El viajero deja la escritura y se toma un café con leche que le sirve Juani. Juani de la Cruz Vivo, tiene dieciocho años y quiere estudiar óptica. Luego me he tomado un pacharán con dos hielos y hasta un cigarro que le pedí.
Desde aquí, me he ido dando una vuelta hasta la Glorieta, que es una plaza muy concurida. Me he sentado ; una chica que se llama María Dolores Montalbán y que es de Pliego y tiene doce años, me ha preguntado si era un vagabundo. Su pregunta me ha sorprendido con el cepillo de dientes en la boca y le he respondido : - “¿ porqué dices eso ? “. Y ella ha contestado : - “ pues porque lleva una mochila muy grande “-
Tres chiquillos rodean al viajero, que tambien podría pasar por vagabundo, mirándolo bien. Y los tres, sobre todo María Dolores me invaden a preguntas y respondo como puedo, con lógica, como jugando. Luego he escrito una postal para Beti, con una imagen de Lorca.
Me he hecho amigo de un chaval que se llama Antonio López Espejo y que es de Mula. Es un chico de unos once años y que ha tratado por todos los medios de encontrarme un lugar para dormir. Hemos caminado, él delante y yo detrás con la mochila, por las calles de Pliego, cruzando la calle Mayor, detrás de la iglesia y subiendo por otras alles hasta que nos hemos encontrado con un amigo suyo que se llama Juan Carlos y que es muy espabilado y redicho. Y así, los tres, hemos ido a parar a la zona alta del pueblo, rebuscando entre los rincones oscuros, las plazoletas y los parques, intentando hallar un escondrijo donde ocultarme para no ser molestado y no correr peligro.

Al fin, rebasando un jardincito, donde hay un Pub con música aún, hemos pasado un puente y el viajero ha encontrado un sitio ideal donde postrar sus huesos esta noche, tras la tapia de la Casa del Manco, nº 2 de la calle y muy cerca de un lugar de la montaña, a las afueras, conocido como El Ojo, pues la forma que se ha producido en la roca, asemeja a esta parte del cuerpo. Detrás de la chimenea, he tendido el saco, protegido por la pared, fresquito y sobre cemento. Más arriba, las hierbas secas, dan pie al campo. Desde aquí, se divisa gran parte del pueblo y se pueden apreciar los edificios singulares iluminados.

He esperado a que los chicos se fueran y sin más, he abierto mi saco y aquí tendido, boca arriba, he aguardado a que la noche me arrullara, vencido por el sueño y el cansancio, que noto metido en mis piernas.

El viajero piensa que hizo bien viniéndose por la tarde desde El Berro y en Pliego se siente a gusto. El viajero, que mira una vez más, la ensalada de estrellas sobre el cielo, no echa de menos ninguna cama, con colchón y mesita de noche con reloj. En Pliego ha visto cosas hermosas y ha notado que los chiquillos se le acercaban sin reparos a preguntarle. En la Glorieta, al viajero, le acompañó una comitiva de niños hasta el mismo borde la la plaza, donde sus padres encontraron el límite a su confianza. La Playa Mayor, nocturna e iluminada, con sus casas con fachadas de colores, se le antoja mágica y desierta, justo después, cuando todo está ya en silencio, al cerrar los bares.






QUINTO DÍA: 19 DE AGOSTO DE 2001

Al viajero le han llegado las ocho de la mañana dentro de su saco y no le ha importado, pues hoy no piensa caminar mucho. En el cielo azul intenso, se refleja la placidez de este primer domingo de viaje. El viajero durmió bien y apenas se desveló. Cuando se pone en pie, toca la hora en el reloj de la torre y al poco tiempo repite su sintonía por si alguien se despistó en el cómputo de campanadas.
El viajero se levanta al fin, recoge sus cosas, hace una necesidad y baja al jardín, pasando delante de la casa que le cobijó. Es una casa vieja, de fachada amarillenta, donde vive, al parecer, una mujer mayor que hace poco tiempo enviudó.
He atravesado el puentecito y me he lavado la cara y las manos en una fuentecita con pulsador. Es un chorro que enseguida se corta y hay que apretar con una mano y apañarse con la otra. He bajado hasta la Glorieta y me he metido a desayunar en el bar Santana. Apenas hay gente por las calles. Me he tomado un café con leche y dos madalenas hechas en un horno del pueblo.

El viajero escribe estas notas mientras tose de cuando en cuando. El viajero se dió cuenta de que le ha salido una ampolla en el pie izquierdo que le produce molestias; ha pedido aguja e hilo, pero no me lo pudieron dar. He dado un paseo hasta la Plaza Mayor, donde hice una foto y me senté a tomarme un anís con un hielo en el bar El Casino. Hoy es domingo hasta para el viajero, que se deleita de la copa y del silencio que le rodea. Arriba, en un cable de la luz, se oye la conversación de dos golondrinas. El viajero necesita de estos momentos de sosiego y quietud par abstraer su mente y aunque su camiseta está seca, sigue caminando por el plano, recorriendo con el bolígrafo, los lugares por donde ya pasó y se embelesa mirando a cualquier parte, disolviendo en el anís las ganas de caminar. De vez en cuando, le gusta sentirse un poco sedentario, aunque solo sea transitoriamente y se camufla entre los vecinos del pueblo, que uno a uno van acudiendo a los bares mañaneros para leer el periódico y estarse quietos, medio paralizados, durante horas.

En la iglesia de Santiago hay misa a las diez y van llegando las viejas para la celebración. Esta iglesia fué declarada de Interés Cultural en 1983. Según me he documentado, la primera iglesia parroquial de Santiago se terminó de edificar en los años veinte del siglo XVI y debido a la pobreza de los materiales empleados en la obra, fué deteriorándose con el tiempo, por lo que en 1667 se proyectó la construcción de un nuevo templo de mayores proporciones junto al viejo. El día 23 de marzo de 1778 fué bendecida la nueva parroquia. El edificio tiene planta de cruz latina, con cúpula sobre tambor en el centro del crucero, nave central de cinco tramos, seis capillas laterales y ábside que incluye el altar mayor. Cabe destacar que procedente del templo anterior, se conserva una escultura en madera del santo tutelar y una imagen de la Virgen con el Niño, ambas del siglo XVI. En el crucero hay un retablo que debió ser realizado hacia 1770 y dedicado a Nuestra Señora de los Dolores.
Al lado, hay una cruz de mármol negro con leyenda: “ En memoria a las víctimas de la guerra”. Por la otra puerta, unas mujeres barren los restos de legumbres arrojadas para una boda. Hay tambien papelillos de colores. Sobre la puerta, grabadas en la piedra, unas frases en color negro: “ La religión católica, apostólica, romana, única y verdadera. La Nación la protégé por leyes sabias y justas y prohibe el ejercicio de cualquier otra. Constn. de La Monra. Espa 71º 2º Cap. 2º Artº 12. Al viajero le hace gracia y lo escribe. La patrona de Pliego es la Virgen de Los Remedios y en el Barrio del Cristo está la ermita con la Virgen, cuya estructura original ha sido remodelada a través de los años, aunque su fábrica es barroca, del siglo XVIII. Se trata de un edificio de planta basilical con tres naves. El desnivel entre la central, de mayor altura y las laterales, se aprovecha para iluminar el interior. Por fuera, varios contrafuertes absorben los empujes de la nave central, que está cubierta a dos aguas. La fachada y el interior han sido respetando el juego de líneas y el remate en forma de pequeña espadaña.

Como ejemplo de la presencia de los primeros pobladores de Pliego, se encuentra el asentamiento de la Almoloya, centro urbano de la Edad del Bronce en su fase argárica, que se mantuvo activo durante el segundo milenio a. de C.


En la Edad Media, destacó un foco de poblamiento que se encontraba en las inmediaciones del barranco de La Mota, como el poblado fortificado de La Mota ( siglo XII-XIII) declarado Bien de Interés Cultural en 1985 y constituyendo el primer asentamiento medieval islámico de importancia en el actual término de Pliego, Castillo de Pliego ( siglos XII - XVI ) que según el Tratado de Alcaráz ( 1243 ), pasó a manos de militares castellanos al constituir un recinto seguro para controlar la población mudéjar de La Mota y cuya fortaleza quedó fuera de uso y abandonada en los primeros años del siglo XVI, conservando actualmente la parte de la Torre Principal y de la Antemuralla y núcleo urbano de Pliego ( desde el siglo XIII hasta nuestros días ).

El viajero se sienta a la entrada de una casa a escribir y las señoras, provistas en su mayoría con abanico, entran a misa. Dos mujeres, en la puerta, buscan monedas para el cepillo. Una señora friega la puerta de su casa baldeando agua con un cubo. Se aceleran las campanadas; es el último toque. Al mismo tiempo, en la Torre del Reloj, ubicada en la calle del mismo nombre, dan las diez de la mañana. La construcción de esta torre es del siglo XIX. En mitad de la calle Federico Balart ( 1831 - 1905 ), hay una placa dedicada a este “ inspirado poeta, preclaro crítico e ilustre político y periodista. Sobre este personaje hago una breve reseña biográfica : “ Nace en Pliego, el día 22 de octubre de 1831. Como muchos de los literatos murcianos, tras estudiar el Bachillerato, cursa los estudios universitarios de Derecho. En 1870 es nombrado subsecretario de Gobernación. Al retirarse de la política ocupa el cargo de contable en el Banco de España. Hasta 1894 su labor literaria se limitó a trabajos publicados en la prensa, pero su fama literaria le viene sobre todo de su libro «Dolores», publicado cuando tenía 63 años. El libro estaba inspirado en la muerte de su esposa y en la soledad de su ausencia. Además de este libro publicó, también en verso, «Horizontes» y en prosa, «Impresiones, Literatura y arte». Póstumamente aparecieron los libros en verso titulados «Sombras y destellos» y «Fruslerías». En 1891 fue nombrado miembro de la Real Academia Española, aunque no llegó a tomar posesión del cargo. Murió en Madrid el 11 de abril de 1905.”

Y de paso, llevo a estas páginas uno de sus poemas.

SOLEDAD

Cuando abatido dejo mi casa
y al campo salgo, triste y sombrío,
tal vez me quedo mirando al río,
tal vez me quedo mirando al mar:
Como esa linfa que pasa y pasa,
fueron mis dichas y mis venturas;
como esas olas mis amarguras,
que van y vienen sin descansar.
Mudo y absorto, solo y errante,
ya en mí se cifra mi vida entera:
nadie se cuida, nadie se entera
de los suspiros que al viento doy.
Ya no me queda ni un pecho amante
que con sus penas mis penas junte,
ni un dulce labio que me pregunte
de dónde vengo ni adónde voy.
Nadie ve el duelo que mi alma llena;
mis negras dudas a nadie fío;
todas mis fuerzas embarga un frío
que al fondo llega del corazón;
y a solas paso mi amarga pena,
y a solas vivo y a solas muero,
como en la nieve muere el cordero
que entre la zarza dejó el vellón.
(Dolores)


El Ayuntamiento le dedica este recuerdo . 30 de mayo de 1959. Al mismo tiempo que este personaje pleguero ilustre, destacan tambien Francisco Sandoval y López, catedrático de filosofía, junto a Pascual Martínez Abellán, uno de los precursores de la lingüística en su época.

El viajero se mete por la calle Mayor, dejando a un lado la calle Posada, que sube desde la plaza y desde la Glorieta, se baja a la carretera que va a Mula. El viajero abandona así el pueblo, quizá un poco antes de lo esperado y no deja de reconocer que si le hubieran dado conversación o se hubiera entretenido en hojear algún folleto de la historia de Pliego, quizá se hubiera quedado más tiempo, sentado a la sombra de un toldo o al amparo del aire acondicionado de alguna cafetería.

He caminado muy despacio hacia Mula, que está cerca y no hay prisa por llegar. Es una carretera en linea recta. Al fondo se ve este pueblo y a ambos lados de la carretera, se extienden cultivos de albaricoqueros. He parado para cruzar unas palabras con un señor que estaba detrás de una valla. El albaricoque se recoge entre mayo y junio y se paga a unas setecientas cincuenta pesetas la hora. Los trabajadores, en su mayoría, son extranjeros, moros y ecuatorianos.

Al viajero le resulta monótono el camino por el arcen, pero no han pasado demasiados turismos ni camiones, por ser día festivo. He cruzado el puente sobre el río de Pliego, que va seco, aunque más bien podría decirse que no es ni siquiera un río y que solo hay piedras y arena. He llegado a Mula, a seis kilómetros de Pliego y que ya venía viendo desde lejos.
Al entrar en el pueblo y después de atravesar unos almacenes de fruta, me he metido en una cafetería para tomar un café.
El viajero da una imagen intelectual, un poco bohemia quizá, cuando llega a un sitio y se coloca solo, extendiendo planos y cuadernos sobre la mesa y en silencio, se pone a escribir un buen rato. Al principio, las miradas se centran sobre él, luego le dejan estar. El viajero, siguiendo las indicaciones, se va a buscar el museo arqueológico y que por fortuna está abierto hoy domingo; se recorre las calles de Mula y ahora está dentro del museo, a cuya recepción se encuentra Lucía, una chica de ojos azules, bueno, uno azul y el otro, según dice, verde.
Me ha pedido el carné de identidad y he cruzado con ella algunas palabras. He dejado la mochila en la planta baja y subido a la primera planta. Según lo escrito en un folleto que edita el Ayuntamiento de Mula, la Concejalía de Turismo, puedo contar lo siguiente sobre el museo: “ Su nombre, Museo de El Cigarralejo, procede de que en este lugar se custodian los materiales arqueológicos aparecidos en el yacimiento ibérico del mismo nombre y datado en el siglo IV - I antes de Cristo. Las excavaciones han sido llevadas a cabo por el ingeniero de caminos D. Emeterio Cuadrado Díaz, desde 1948 a 1988, encontrando un total de 547 tumbas. En las vitrinas se guardan restos de esta cultura relacionados con la vida social, económica, doméstica, guerrera, etc. La sede del museo es el palacio del Marqués de Menahermosa, edificado hacia 1750 por Doña Magdalena de Mena Ferrari. Es construcción barroca con ladrillo visto y tapial. Los mármoles rojos de la portada son de Ceheguín. El ayuntamiento de Mula compró el edificio que lo cedió al Estado para sede del museo”.
El viajero conoce a Juan García Sandoval, dinamizador del museo y habla con él, recibiendo de su amabilidad, folletos en los que sustenta esta información documental y del que se despide con un fuerte apretón de mano.
He subido por una calle que lleva a la Plaza del Ayuntamiento, calle Poncio y he parado en el bar El Casino, o bar Bahía de Santander, regentado por José Ángel. Cerveza y tapa en el exterior, frente a la iglesia de San Miguel.............(poner detalles )...................... Una niña de cuatro años, que se llama Andrea y que es la hija de José Ángel, ha estado husmeando en la mochila. Todo lo pregunta y al viajero no le parece mal responder. La niña, inquieta, me lo toca todo, indagando en los bolsillos del macuto y extrayendo cosas de él.
Al viajero le gusta que los niños se le posen a su alrededor e incluso que se lo revuelvan todo, pues necesita acercamiento, confianza y caer en gracia. Aprecia la atrevida ingenuidad de la chica y le hace una foto con su gorra y todo.
Sobre la ciudad de Mula y partiendo de la información obtenida en otro folleto que ha caído en mis manos, de igual formato que el anterior, puedo contar sin aburrir: “El más antiguo de los templos parroquiales es el de Santo Domingo de Guzmán, antigua mezquita. Fachada renacentista, claustro barroco e interesante ajuar.
Cabe destacar la parroquia de San Miguel Arcángel, a la vista del viajero, empezada a construir hacia 1560. En la fachada que da a la plaza puede contemplarse un esbelto campanario dieciochesco y portada con mármol de Ceheguín. Su interior es barroco con planta de cruz latina.
Convento de la Purísima Concepción, franciscano. Su fundación se atribuye al Tercer Marqués de los Vélez y al Concejo de la ciudad. El conjunto consta de iglesia, claustro y convento propiamente dicho. Antiguo hospital y posteriormente desamortizado ( 1835 - 1836 ) pasando a propiedad del Estado y vendido a D. José Bayona en 1849. El convento se dedicó a vivienda y posada y el tempo se alquiló para teatro. Fallecido D. Juan Bayona, sus dos hijas heredan la Iglesia y éstas, al ser religiosas, la donan al obispado. Se cierra definitivamente en 1917 y se convierte en almacén de carpintería, hasta que recientemente, una vez restaurado, se ha vuelto a abrir al culto. En sus bajos se ha instalado una oficina de turismo.
Santo Domingo, San Miguel Arcángel, Convento de la Purísima Concepción y Real Monasterio de la Encarnación, son hitos religiosos que jalonan el entramado urbano de Mula.”

El viajero se come un plato de cuchara a base de patatas cocidas con bacalao y ensaladilla. Al viajero lo tratan como a un rey y mientras come, pone su cuaderno y folletos en una mesita auxiliar que le colocaron a su izquierda. A Andrea le gusta el baile y se lo demuesta al viajero con coreografía inclusive. La niña, sentada en una silla en la misma mesa que el viajero, a su derecha, escribe su nombre en un papel y pinta a una reina, con una corona inmensa y las piernas que le salen de la cabeza con dos bolitas para los pies. Al viajero, después de comer, le entra sueño, paga, le invitan a un café, charla un buen rato con Maite, la mujer de José Ángel y hasta congenia con ella. Ambos son de Santander y llevan cuatro meses en Mula. El viajero se lava los dientes y después de despedirse con dos besos, sale en busca de una sombra para echarse un rato y la encuentra junto a la pared del Centro Joven, sobre un banco de piedra. Las moscas y los ruidos le impiden conciliar el sueño y entra en el propio centro juvenil, donde tienen música clásica puesta a todo volumen, como en el orfeón donostiarra.
El viajero se afeita donde puede; esta vez en los servicios del local y después se sienta y escribe algo sobre Mula, sobre su historia: “ El período más antiguo del que se han encontrado restos es el Paleolítico Medio y en el Cerro de la Plata. Cultura Ibérica en el Cigarralejo, presencia romana en el Cerro de la Almagra, campo de Cajitán, Villaricos y en Los Baños de Mula, localidad esta última donde el día 2 de febrero de 1999, se localizó el epicentro de varios seismos de 3,5 y 5,2 grados en la escala Richter y que afectó a las provincias de Alicante, Almería, Albacete, Valencia, Castellón y Madrid y que por fortuna solo causó daños materiales. En el Pacto de Teodomiro aparece Mula y así se demuestra que fué una de las siete ciudades más importantes del sureste peninsular hasta el siglo X. Influencias del Islám las encontramos en el Castillo de la Puebla o de Alcalá y en el trazado de las murallas que cercaban la ciudad en esa época. El castillo fué reconstruido como fortaleza por el primer marqués de Los Vélez en 1525, fortaleza de Los Fajardo. Mula fué declarada, en su casco antiguo, Conjunto Histórico Artístico Nacional en 1981.
He dejado el Centro Juvenil y subido al Monasterio de la Encarnación, el cual está habitado por religiosas de la orden de Santa Clara desde hace más de trescientos años. He llamado a la puerta pero no se puede visitar, tampoco la iglesia, que están reformando.
El viajero no obtiene permiso para entrar, permiso que solicitó a través del telefonillo y se sienta en el porche para escribir, esperando que pasen las horas de calor. Luego se levanta, cruza la calle de Las Monjas, estrecha y sombría y se va a parar a la ermita de Nuestra Señora del Carmen, tambien cerrada. Las vistas son buenas desde aquí. He bajado por la calle Barrancal, que la bautizaron así por ser la salida natural de las aguas recogidas por los montes del noroeste de la ciudad. En el siglo XVII se denominaba como Barranco de las Galianas, por servir de vereda de ganado. He bajado a la carretera, pero antes de salir del pueblo, he pedido aguja e hilo a una señora que cosía tras la ventana, para atravesarme la ampolla del pie; así es que me he sentado en el suelo y he dejado el hilo blanco cosido en la piel. Unos chicos que venían de la piscina, me indicaron una vía alternativa para caminar, es la vía verde que une Caravaca con Murcia y que sigue el trazado de la antigua vía de tren, pasando la carretera, justo al lado.
El viajero se siente bien y aunque sean poco más de las seis de la tarde y haga calor, se ha puesto a andar porque no podía estar más tiempo en Mula y acudió al camino como hijo de él, pues es el caminar lo que realmente le da razón de ser, lo que le ubica y le hace sentir bien. El viajero ha tomado una ruta que aunque está asfaltada, es tranquila y no hay desniveles.
He pasado por campos de huertos y casas de labor donde se cultivan limoneros y albaricoqueros, caminando en línea recta y atravesando un puente a gran altura sobre la rambla seca del río Mula, donde han aprovechado para el cultivo.
La comarca del Río Mula, se sitúa en el centro de la región murciana. Comprende los municipios de Albudeite, Campos del Río ( con su anejo de Los Rodeos ), Mula ( con las pedanías de Yechar, La Puebla de Mula, Los Baños de Mula, Fuente Librilla, Casas Nuevas y El Niño de Mula ) y Pliego. Este territorio abarca una gran cuenca sedimentaria, ligeramente inclinada hacia el Este, atravesada por los ríos Mula y Pliego, los cuales han creado fértiles huertas de los cuatro pueblos de la comarca con gran abundancia de ramblas y barrancos.

El viajero se asoma por la barandilla del puente y piensa en la altura y en la caída. Después he llegado a un cruce con la carretera, la he atravesado y continuado en línea recta, separándome de ella. He encontrado un nuevo puente, aún más alto que el anterior, un puente con una altura que da pánico y desde donde he fotografiado la aridez del terreno y las formas caprichosas de la roca. En el cruce, a la derecha, se pueden ver las casas de la Puebla de Mula. El terreno es de una sequedad asombrosa, como en el desierto almeriense y el viajero, acostumbrado a la monotonía, camina y calla, sin demasiadas consideraciones. He sacado de la mochila el librillo de Miguel Hernández y leído casi toda la elegía por la muerte de Federico García Lorca. Justo en este momento ha pasado un ciclista y lo he parado, oportunamente, para preguntar, pues más adelante la vía asfaltada se termina y llegamos a un cruce donde se sitúa la antigua estación de Los Baños de Mula, semiderruída ya, pero aún con el letrero que la identifica como tal.

Al viajero le dan algo de nostalgia las estaciones abandonadas, como testigos de lo que fueron y ya sin vía férrea que las sustente, sin pasajeros que la llenen, sin ruido de trenes a los que esperar. Por indicaciones del ciclista, el viajero toma a la derecha por la vía asfaltada, aunque se ha informado que continuando en linea recta, se puede seguir la via verde que traía.
He bajado por carretera en espiral hasta un puente sobre un río con algo de agua y vegetación por las aguas termanes de los baños. He tomado a la derecha, haciendo varias fotos al paisaje y al poco tiempo he llegado a los baños, a las primeras casas de la aldea de la Misericordia, solitarias. Han llamado poderosamente mi atención, en su tranquilidad, en su silencio de encanto, casi como un cuento. Después la cosa ha cambiado y llegan los edificios, los vehículos y las casas que ofrecen baños por horas en habitaciones como nichos. He entrado para preguntar, en un bar con baños, pero me ha parecido pequeño, ridículo y al precio de mil pesetas la hora, incluso abusivo. En la puerta, antes de irme, me he quedado hablando un poco con una gente que estaba sentada bajo la sombra y su curiosidad nos ha adentrado en varios temas de conversación.
A la salida del pueblo, al pasar una curva, hay una fuente, maravilloso presagio, un pilar pequeño junto a la roca, con varias salidas de agua, que además poseen la misma temperatura que la de los baños.
El viajero no se lo piensa dos veces y se desnuda, se coloca el bañador y aunque el espacio es reducido y algo incómodo el baño completo, se enjabona y se aclara luego, notando el bienestar del agua caliente en su piel y en su interior, la suavidad con la que cubre su cuerpo.
He tenido que agacharme para aclararme el pelo de champú y justo al levantarse he dejado una tira de piel de mi espalda en el caño. Ahora me escuece y noto sangre. He salido, me he vestido y continuado, repuesto y aseado, carretera arriba hasta el cruce y luego a la izquierda, por la vía de servicio paralela a la carretera que enlaza Mula con Alcantarilla. Al entrar en la Venta de la Magdalena, he tomado varias cervezas y algo de chacina de tapa y me dieron yodo y gasas para darme un poco en la herida. He seguido, ya a la caída del sol, por la pista que es ahora de tierra, pasando tras una gasolinera y recuperando de nuevo la carretera que conduce a Albudeite.
He estado durante mucho rato hablando con Beti, que me llamó al móvil muy animado y emocionado. He sentido mucha nostalgia y a la vez, alegría. Al llegar al cruce he optado por tomar hacia la derecha. Ya oscurece, se ven las luces del pueblo allá abajo. He entrado por la primra calle de Albudeite y me he quedado un rato hablando con unas mujeres sentadas al fresco, con los niños alrededor jugando. Me han ofrecido agua. He continuado la calle que va serpenteando hasta llegar a un cruce y luego a la izquierda, hacia el centro de Albudeite.
La gente, inquieta y más aún los chiquillos, no pueden evitar su curiosidad y preguntan lo más inmediato que les viene a la cabeza cuando me ven pasar: - “ ¿ de donde eres ? . El viajero responde como puede y va solucionando su papeleta, renunciando a duras penas a su anonimato. En el cruce, sentados en un banco, apiñados, hay un grupo de chavales que lanzan ironías contra el viajero, el cual va saliendo adelante, con la mayor educación posible.

Me he adentrado en el corazón del pueblo, justo cerca de la iglesia de Los Remedios y se me ha ocurrido meterme en el bar del hogar del pensionista o de los mayores como pone aquí, quizá para resguardarme un poco. Aquí he cenado carne con salsa, albóndigas y algo de pan, tambien cerveza. He escrito estas últimas notas con algo ya de sueño.

Albudeite cuenta con algo más de mil trescientos habitantes y la distancia a Murcia es de veintiseis kilómetros

Sobre el escudo del pueblo he encontrado lo siguiente:
“ El blasón está partido por la mitad. A la derecha, sobre fondo azul, una montaña y, sobre ella, una flor de lis en oro. A la izquierda tres rocas con tres ortigas de seis hojas cada una, sobre ondas de playa y azul y campo de plata. Los símbolos representan la jurisdicción del Marquesado de los Vélez, y del marquesado de Beniel.”

La historia de Albudeite nos habla de un castillo levantado sobre el escarpe donde se asienta la villa, fortaleza que siglos más tarde se transformó en mezquita. El obispo Aguilar, en su libro las Constituciones y Fundamentos de la Iglesia de Cartagena, la cita por primera vez en el mundo cristiano, referencia que después recogería el licenciado Cascales en sus Discursos Históricos. Desde que el rey Juan II la cediera a los Fajardo, fue vendida a los Ayala quienes, a su vez, la entregaron a don Luis de Guzmán, descendiente por linea directa del beato Santo Domingo que vino a predicar a los judíos por mandato expreso de los Reyes Católicos.
En el año 1.410 acaeció un hecho trágico: el alcaide, Antón García de Foloes, y su esposa, fueron asesinados por uno de sus criados, un musulmán cautivo del Reino de Granada que se dio a la fuga con dos rehenes, fue capturado cerca de Alcalá y traído a Albudeite para su posterior ajusticiamiento. La población era exclusivamente árabe y, paradójicamente, la expulsión de los moriscos que desplobló el valle de Ricote, no afectó a la villa. En 1.652 padeció las trágicas consecuencias de la riada de San Calixto que destrozó la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios y las casas y bancales más próximos al cauce del río Mula.
Solo el fútbol en la televisión, rompe el silencio absoluto. Después de cenar he salido a dar una vuelta por el pueblo hasta el puente. Albudeite está animado y hay gente y chiquillos por todos lados. El viajero, con su mochila a cuestas, va llamando, sin querer, la atención. Al viajero le gustaría haber pasado desapercibido y estar un rato solo, sentado al fresco, hasta que le entrara sueño, e irse a dormir; pero al viajero le reclaman por todas partes y tiene que coordinar las intervenciones con un gesto reclamando paciencia con la mano.
En un jardín a la orilla del apenas reconocible río Mula, he conocido a unas chicas que hablan de amores y que quieren sentirse famosas, pidiéndome que las incluya en estos apuntes para que un día, puedan leer su nombre y apellidos en algún libro editado. Enseguida se dá uno cuenta que estas muchachas, como tantas otras, ven demasiadas películas y no le he dado más importancia. He estado un rato sentado y luego he subido, cruzando el puente, a la parte más alta del pueblo. Unos chicos, sentados en piña en un banco de madera, me han llamado y he acudido para satisfacer sus deseos de curiosidad.
El viajero ha dejado su mochila en el suelo y ha estado bastante tiempo hablando de lo que le pasa, notando como sus interlocutores llegaban incluso a cansarse. A partir de entonces, seguramente, al viajero lo han mirado con otros ojos, como incorporándolo a su círculo de gente conocida, dándole un baño de cotidianidad, arma con doble filo de la que espera huir pronto.
He subido la cuesta y a la derecha he encontrado el parquecito que me indicaron para dormir, donde no hay fuente, pero sí la tranquilidad que busco, iluminada por las farolas que atraen insectos. Una pareja se deleita en compañía, sobre un banco. Unas señoras ofrecen una botella de agua fresca al viajero, que no desprecia. Me he tumbado en uno de estos bancos, al lado de un seto, una vez extendida mi cama de aislantes y el saco de dormir.

Al viajero le ha extrañado y de paso agradece, que unas señoras se acerquen a él y le ofrezcan agua, venciendo la barrera de desconfianza natural que surge en estos casos. Coloca la botella al lado de su cama, rellena la cantimplora y se acuesta. Cuando ya estaba conciliando el sueño, se han acercado unos chavales que pidieron agua al viajero y se llevaron la botella; seguramente venían bien sedientos. A veces, el viajero tambien provee, de todo hay.


SEXTO DÍA: 20 DE AGOSTO DE 2001

El viajero se ha despertado ya con el sol arriba y pasadas las ocho y media de la mañana. El viajero siente daño en los pies y varias ampollas en el pie izquierdo que le hacen cojear un poco. He mirado a todos los lados y solo se ven campos desiertos de color blanquecino. Me he incorporado y bajado como he podido a desayunar a la travesía del pueblo, al bar Isabel. Un chico de los de anoche, me sirve un café con dulce y sin más, me he colocado una tirita y dejado el pueblo, tomando a la izquierda la carretera hacia Campos del Río, a unos cuatro kilómetros. Hay que subir un poco, nada más salir, para luego llanear por los campos que sueñan con una buena tormenta en condiciones.
He llegado a Campos del Río, casi sin darme cuenta y al entrar, me he metido por un paseo peatonal. He comprado zumos y chocolate y al salir a mi derecha, después de que un señor muy amable me ofreciera un lavabo para refrescarme al final de su garaje, paso delante del busto sobre pedestal de la Tía Juana de Calderón. Debajo hay una dedicatoria con fecha : “ Su pueblo 2.. - 6 - 86 “. Al nº 2 le falta acompañante, otra cifra que se ha perdido. He continuado hasta Alguazas a unos doce kilómetros por la misma carretera. El sol pega con fuerza, desfiando y el viajero tiene que echar mano de su cantimplora para calmar su sed. He pasado el cruce de Los Rodeos, que dista un kilómetro y medio de la carretera. Terrenos de melocotoneros y albaricoqueros en menor proporción. Huele a aguas residuales y las cigarras chillan con desesperación. El viajero nota molestia en el pie y se resiente. Cuando pasan los coches, tiene que apartarse un poco del asfalto y estar pendiente. Percibe el olor de los ocupantes de los vehículos, un olor que se quedó atrás, que viaja más despacio y que poco a poco se disuelve. A la izquierda, queda la finca Los Almendros, con árboles frutales. Se ven de vez en cuando balsas de agua para el regadío y algunas casas a lo lejos apiñadas, tambien edificios. Detrá, otras montañas. Tras pasar el cruce que a la derecha conduce a la Presa de Los Rodeos, de la Confederación Hidrográfica del Segura, he pedido agua en una cortijada con frutales, que me han servido, rellenando mi cantimplora desde una gran cántara con pitorro. Hace un calor sofocante, vuelven los cultivos de limoneros y el paisaje se hace algo más rico, más verdoso y con más arboleda.
He llegado antes de lo que esperaba a Alguazas, pasando delante de los primeros almacenes, fábricas de conservas y polígonos industriales. He ido a una fuente a refrescarme, una fuente que tiene un pulsador que dura poco tiempo. El viajero, para apañarse bien, tiene que pedir ayuda a un chaval y la ofrece a su vez a una chica bonica que lleva un carrito para repartir correspondencias, un carrito amarillo con ruedas. Hemos hablado y mis palabras iniciales obtienen respuesta en su rostro empapado, en su cara sudorosa y aliviada por el agua. Ella, como yo, ha sentido la necesidad de agua y el alivio de la fuente. Algo nos une. Hemos caminado juntos hasta la plaza del Ayuntamiento. La he invitado a una botella de agua mineral en el pórtico ensombrecido del Hogar del Pensionista. La conversación nos ha hecho intimar, en confianza, sorprendidos por los efectos comunicativos, algo cómplices, coincidentes. Ella se ha marchado para comer, dejándome su dirección y yo he hecho lo propio. Se llevó mi móvil para recargarlo. He ido a almorzar al bar Pinar en la plaza de la iglesia de San Onofre. Plato combinado con alto contenido de grasa y huevos fritos, ensalada incluida. Desde mi mesa, con el resto de comensales a mi alrededor, escribo estas notas. He pagado, precio asequible y buen servicio ( 900 pesetas ). Sobre las tres menos cuarto he ido al lugar de la cita con la chica: cafetería Centro, que está situada en una esquina de la Plaza de la Región Murciana, donde hay una gran chimenea de ladrillo y a sus pies una fuente redonda. He tenido que esperar a que abrieran el local. Al poco tiempo he entrado y después, enseguida ha llegado ella, con otra blusa que deja al descubierto su delgadez; es una blusa azul con volantitos y está guapetona, linda. Hemos charlado alrededor de un café en una mesa de la parte de arriba; luego me tomé un pacharán.
El viajero se siente bien, locuaz y dicharachero y ha hablado de lo lindo. Sobre las cinco y media aproximadamente, le han llamado por teléfono y le ha entrado prisa por marcharse. Así es que la he acompañado y nos hemos dado varios abrazos de cariño en su puerta. Me ha dado, de recuerdo, varias ceras de colores con golosina dentro y una baraja de cartas de Mortadelo y Filemón que quise abrir pero no me dejó. Al marcharse me he sentido un poco nostálgico, pero no mucho que digamos. He pasado por la Plaza de Pío XII, donde en el centro de la misma el pueblo de Alguazas, en una estatua, rinde homenaje a su médico D. Francisco Ayala Hurtado, año 1979. He salido del pueblo antes de las seis y me he puesto a caminar bordeando un polígono industrial para después tomar la carretera N - 344 hacia Molina de Segura, todo el trayecto a pie por el arcén. Al llegar a este pueblo, mejor, a esta ciudad con grandes edificios y tráfico abundante, no quise parar y continué la marcha por la N - 301, cruce a la derecha dirección Murcia, pasando al lado de la antigua estación de Renfe con todas sus letras : “Molina de Segura”. Tiene encanto este edificio y contrasta su belleza con el resto de los edificios que le rodean, modernos e impersonales.
El viajero va pensando que Alguazas ( es curioso, tardo en acordarme del nombre ), significa “entre dos aguas”, tal como me dijo la chica. Y que de igual manera existe un paralelismo entre los dos amores que mantiene ella y que ninguno puede dejar.
A la salida de Molina, caminando con precaución, pendiente del tráfico a cada momento, he tomado por la calles paralelas a la autovía, donde el fluir de vehículos es incesante. He entrado en un bar para pedir agua y continuado por el arcén hasta aproximadamente un kilómetro, donde he podido tomar la vía de servicio. Caminar por carretera y aún más por esta, se hace arduo, monótono, fustigante. Huele a ajo; es un olor penetrante.

He tenido que pensar en mil cosas buenas para aliviar el peso. Tras un par de horas de camino, con el pie izquierdo dolorido por las ampollas y sudoroso al máximo, he podido alcanzar las primeras viviendas de Espinardo, un pueblo situado en los aledaños de la ciudad a la que parece que no voy a entrar nunca. Ahora camino por una vía en construcción, unos acerados de baldosas rojas, al lado de unos jardines.
Cuando he llegado a Murcia caía la tarde. He entrado en dirección a la Gran Vía Escultor Francisco Salcillo y he caminado por ella hasta dar con el paseo al lado del Segura. He preguntado a un municipal que se llama Antonio, en la puerta del Ayuntamiento y al que tambien le gusta caminar. Me ha dado un plano de la ciudd y después he cruzado el Puente de los Peligros, o Puente Viejo, donde una una placa que nos informa que comenzó a construirse en 1718 y que fué diseñado por Toribio Martínez de la Vega. He bajado el puente para buscar una pensión y me he metido en la primera que he visto: Pensión Avenida, calle Regaliciar, pasando por Canalejas y luego a la derecha. He subido las escaleras con dificultad. Me han tomado los datos, cobrado 2500 pesetas y las llaves de la habitación 205 y aunque me ha parecido cara en relación con la calidad pésima del establecimiento, he aceptado por el cansancio que llevaba y las pocas ganas de seguir buscando. Me he metido en la habitación y luego en la ducha. He lavado ropa y tendido la colada como he podido con una cuerda desde la ventana al perchero. Hay un ventanuco, un lavabo, una silla, mesita y cama desvencijada. Al viajero todo esto le parece un abuso y piensa que la naturaleza le ofrece mejores condiciones para su caminar, aunque tambien tiene que reconocer que en las ciudades es mejor meterse a cubierto aunque sea aceptando lo que te echen. El viajero es para el campo y los caminos como la miel para las hojuelas y ahora tiene que hacer de tripas corazón y tragárselas.
He salido para curarme un poco las ampollas al Hospital Universitario o de La Cruz Roja, donde me atendió una enfermera que se llama Beatriz, tumbándome en una camilla para inyectarme dentro de la ampolla yodo con una jeringuilla. Luego me he marchado cojeando hasta un banco al lado del rio, donde me he sentado para hablar con Beti por teléfono, durante casi media hora. El Segura transcurre silencioso, como silenciosa es la noche de Murcia. Luego he ido a la pensión para dormir. Se oye el ruido de los vehículos, un ruido estridente que entra por la ventana como un grito. “ ¿ Dónde ese olor de pinos ?, ¿ dónde esa noche de estrellas ?. “ El viajero corre riesgos, uno de ellos al escribir, pues se da cuenta de que a veces es alguien misterioso quien escribe sobre él. El viajero escribe sobre su camino y el camino, al mismo tiempo va escribiéndolo a él, va haciendo al viajero. Camino y viajero son, casi siempre, la misma cosa.


SÉPTIMO DÍA: 21 DE AGOSTO DE 2001

Esta mañana me la he tomado con tranquilidad y hasta casi las diez no he puesto pie en tierra. He ido a desayunar a la plaza del Cardenal Belluga, en el número seis, donde se encuentra la cafetería “ Il café di Roma “. Tostada con tomate y aceite y café con leche. En la terraza desayuno y escribo estas notas, frente a la catedral. Hace calor, bochorno. A mi derecha, el Palacio Episcopal, un edificio rojizo, descolorido, de tres plantas. Pasan los viandantes, no hay mucho tránsito por la calle. El viajero se siente cansado, decaido, dolorido y con pocos ánimos para andar. El viajero se merece un descanso, esperando la hora de colocarse de nuevo su mochila.
He llevado mi móvil a una tienda de telefonía movistar que hay cerca de la Iglesia del Carmen y lo he dejado allí recargándose, pues en el hostal algo fallaba y me resultó imposible. Mientras, fuí dando un paseo hasta el Centro de Salud para que me dieran yodo en la herida de la espalda, la que me hice en la fuente de Los Baños de Mula. En medio del laberinto de médicos y pacientes, al final me ayudó una chica que se llama Rita y que estaba en la recepción. Camino por las calles del centro hasta la Plaza de Santo Domingo, donde me comí dos melocotones que compré en una tienda cercana y al poco rato, después de deambular sin rumbo por las callejuelas céntricas, volví a por mi aparato, tomé por la avenida Infante Juan Manuel, al lado del río, de escasa profundidad y donde solo navegan los patos, crucé como digo el Puente de Vistabella y la Avenida 1º de Mayo, para tomar al final la carretera de Puente Tocinos. He pasado al lado del ventorrillo “Peñas Güertanas” y continuado por la derecha por la Avenida de Juana Jugán.

En Puente Tocinos, pueblo ambientado y comercial, nos encontramos un cartel a la entrada del pueblo : “ Puente Tocinos, Cuna del Belén” y después, siguiendo por la travesía pasamos delante de la Avenida Miguel Indurain y Plaza Miguel Ángel Blanco, de reciente construcción. En el pueblo me he desviado para entrar en la pastelería confitería “Crystán” para comerme un dulce relleno de bonito, pimienta y otros ingredientes. La chica, que lleva el establecimiento se llama Carolina y es despierta y simpática. Vuelvo de nuevo a la calle central, eje del pueblo. A la izquierda, un poco más adelante, se encuentra la Capilla de Nuestra Señora de los Remedios y al salir del pueblo, alegra el paso el olor de las damas de noche que presiden la huerta. Son terrenos de limoneros en su mayoría, donde se puede ver la fruta aún pequeña y verde, confundiendo su color con el de las hojas.
Pasando Puente Tocinos, he llegado a Llano de Brujas. Las casas se apiñan a ambos lados de la carretera. He entrado en un supermercado para comprar unos plátanos y un yogur gigante, de medio kilo. Me he sentado en un banco a la sombra para comer. Siguiendo la carretera y pasando el cruce de La Cueva, caminando por la acera, refugiándome de vez en cuando en la sombra esporádica de las moreras, he entrado en la finca “Los Zapatas”. Dos hombres, una bicicleta con más de sesenta años, cerdos, animales de pico ( aves ), limoneros y agua para el viajero, que se refresca en un cubo. Es agua extraída por un motor eléctrico. Parece una escena de mitad de siglo. Los hombres, campesinos, curtidos al sol, se lavan en una palangana. Visten ropas andrajosas, sin color y tienen el rostro señalado por el sol y la tierra. Hay aperos de labranza y olor a cerdo. Quizá por todo ello me ha gustado estar aquí. Entre la conversación, me cuentan estos señores que antiguamente el Segura daba abundante agua que hasta se podía beber. Ha pasado de igual modo con otros muchos ríos. Hace doce años de la última crecida del río llegando a desbordarse. Desde entonces no ha caído ni gota. He llegado a Santa Cruz: “ Santa Cruz Aurora, Sericícola y Agrícola”. Por todo el acerado se van sucediendo bancos para sentarse pintados en verde, llenos de polvo de no usarse quizá. En un nuevo cruce, a la izquierda podemos ir a Cabecicos, a la derecha Rincón de San Antón. He continuado recto. Al lado de la iglesia de Santa Cruz, he parado sobre un banco a descansar un poco. Hay una plazoleta con una fuente, he pulsado y ha salido un chorrito pequeño, ridículo.
La escasez de agua merma el entusiasmo del caminante, que básicamente debe a este elemento su sueño. Si el agua es esencial para todo, para el viajero se convierte en imprescindible. Y no sólo por atajar la necesidad física de sed, sino además porque constituye soporte para la autonomía que imprime la existencia nómada.

He tomado el cruce a la izquierda para El Real y Beniel. Si hubiera decidido ir a la derecha, hubiera llegado a Alqueras. Hay que elegir y en cada cruce hay escondida una renuncia, una muerte premeditada de algo que no ha llegado a nacer. En la carretera de Beniel, he parado en la cafetería Rosarito: “Bar Rosarito, especialidades: pollo y cordero a la brasa, cabezas y piernas de cabrito al horno, pollos a’last. Santa Cruz ( Murcia )”. En los estuches de azúcar se puede leer esta publicidad. Tambien hay dibujados un cordero y un gallo. Sobre una mesa de la que he tenido que recoger parte de los servicios, el viajero toma estas notas. Enfrente mía hay tres individuos que hablan de viajes. Uno de ellos ha nombrado Las Alpujarras como lugar maravilloso y no le falta razón. Me han dado ganas de volver.
El viajero siente el valor de su tierra, en la que no suele faltar ni el agua ni los bancos para dormir y al mismo tiempo, siente ganas de dejarlo todo y sobrevolar en sueño aquellos parajes y luego sufrirlos, sentirlos, sudarlos. Quizá se da cuenta que los caminos, como dijo el poeta, transcurren por el mar, como estelas.

Durante el camino hasta aquí, aunque algo dolorido, ha transcurrido con normalidad, sin sobresaltos, que tambien es de agradecer. Mis pies se resienten, pero aguantan. Son casi las cinco menos cuarto de la tarde y se está bien en este lugar, envuelto en la atmósfera acondicionada del local, dejando que se vayan las horas inquisidoras del mediodía. Por la ventana, se contempla sin bochorno la Sierra de Orihuela y desde aquí puedo verla como en una postal o una diapositiva sin desmayarme, sin levantar desde mi frente ni una gota de sudor.


La carretera curte, desmoraliza y el viajero se deja ir simplemente, teniendo cuidado de que no se lo lleve algún coche por delante. La carretera es peso, peso seco y desafiante, en bruto, es como ir buscando el cielo en las cenizas del infierno y no morir aplastado. El viajero sueña con ir recorriendo los kilómetros que le separan de Orihuela y sueña, sueña mucho, se alimenta de sueños.

He salido de la cafetería pasadas las cinco de la tarde. Llegando a un cruce queda a la izquierda Santomera; El Real en linea recta y a la derecha, Alquerías y Beniel. He continuado hacia El Real. Sobre los acerados s ven a cada paso, los tornillos de acero que levantan las compuertas para el riego. He pasado delante de la Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores en la plaza del Padre Isidoro y de paso, me he refrescado a duras penas en una fuente con pulsador que echa agua con mucha presión, pero que dura muy poquito. Tras la persiana, en una ventana, lee una anciana; me he acercado por curiosidad con la escusa de preguntar algo. Lee con apasionamiento la historia de la Madre Teresa de Calcuta y es para ella una historia muy interesante. Más adelante, un cruce a la derecha nos lleva a Beniel, a un kilómetro. Justo en la esquina, hay una furgoneta que lleva dulces y granizadas para la venta ambulante. La vendedora se llama Alicia y le he dedicado algunas palabras que han llegado a sofocarla. Me he comido un dulce con crema y una granizada de horchata con almendra. Al dulce le llaman “pepito”. He caminado con el vaso de horchata donde ya solo quedaba el hielo, hasta que encontré un contenedor. Voy caminando por la Vereda de la Torre hasta La Basca, donde unos campesinos y justo antes de entrar al pueblo, siembran patatas, que van cogiendo cortadas por la mitad de una caja. He pasado un puente de hierro sobre el Segura. Son las seis y media de la tarde. En La Basca y por la calle del Caballito, llegamos a Beniel, último pueblo de Murcia, que tambien tiene historia que contar: “ Sus orígenes se remontan a la dominación árabe (origen del topónimo) y en concreto a los siglos IX y X, como consecuencia de la colonización de la depresión prelitoral murciana. Su situación geográfica posibilitará el asentamiento de tribus poderosas que controlaban la Cora de Todmir; sin embargo, hacia 1300 no era más que una alquería en torno a la cual existía un pequeño núcleo de población que vivía de la caza y de la pesca que proporcionaba el marjal. La reconquista cristiana trajo consigo una huida de la población autóctona y un retroceso demográfico, que no fue paliado por los nuevos colonizadores, quienes prefirieron asentarse en torno a los núcleos urbanos de importancia, por lo que las tierras marginales se abandonaron o quedaron en manos de mudéjares. Entre las alquerías más orientales que Alfonso X concedió al Obispado de Cartagena en 1250 no se cita a Beniel, señal inequívoca de la desaparición de la alquería.
Hasta 1266, tras el fracaso de la rebelión mudéjar y la reconquista efectiva de Alfonso X, se procedió al reparto de tierras, según Torres Fontes, 500 tahullas entre 104 pobladores, aunque la zona continuó despoblada. De otro lado, la situación geográfica del municipio hizo que en él se instalaran los mojones que separaban la zona aragonesa de la castellana, según la sentencia arbitral de Torrellas de 1304 y su ratificación en Elche, un año después. La división de las zonas de conquista castellana y aragonesa no satisfizo a ninguna de las partes por lo que los pleitos fueron continuos, además de suscitar numerosos incidentes fronterizos. En 1320, dos comisiones designadas por los concejos de Murcia y Orihuela, reunidas en Beniel, acordaron los límites definitivos de la zona cruzada por el río, la más productiva, no llegándose a ningún acuerdo con respecto a las tierras despobladas del Segura.
A finales del siglo XV, Beniel se convierte en punto de disputa de agricultores y ganaderos. Los primeros pretendían amojonar las tierras, hasta entonces marjales y dehesas y ponerlas en cultivo; los segundos, representantes de las oligarquías y de la nobleza murciana, de base económica ganadera, se oponían a la restricción de los pastizales frente a la necesidad de extender los cultivos, como consecuencia de la presión demográfica derivada de la reconquista. El pleito, planteado ante los Reyes Católicos, no favoreció a los agricultores y las tierras en litigio fueron adquiridas por el caballero murciano Gil Rodríguez de Junterón, quién fundó vínculo y mayorazgo, quedando la familia Junterón vinculada al proceso histórico del municipio, que en virtud de herencias fue creciendo, aunque continuaba siendo un lugar inhóspito de aguas estancadas que imposibilitaría a los colonos cumplir con sus obligaciones de censos enfitéuticos contraídos con la familia Junterón; de esta manera, en el censo de 1587 sólo se registraron 18 vecinos.


En los primeros años del siglo XVII Felipe II concedió a la familia jurisdicción civil y criminal, quedando separada de la jurisdicción de Murcia, lo que permitió atraer a nuevos colonos. El gran impulso llegó de la mano de Gil Francisco de Junterón, quién de acuerdo con la marquesa de Rafal reabrió el azarbe mayor de Cinco Alquerías, lo que permitió regar amplios espacios hasta entonces inservibles para el cultivo; ello produjo un incremento demográfico de la zona, si bien las continuas riadas fueron un obstáculo considerable para el desarrollo de la comunidad. Por Real Cédula de 9 de Septiembre de 1709, a petición de Gil Francisco de Molina y Junterón, señor de Beniel y regidor perpetuo del Consejo murciano, y a instancias del cardenal Belluga, le fue concedido marquesado de Beniel, iniciando una ardua labor de desecación que culminó positivamente, lo que aumentó la población a más de un millar de habitantes que vivía de la agricultura y del negocio de la seda. La pujanza de las tierras del marquesado impulsó al segundo marqués, en 1725, a demandar a los colonos, declarando nulos los contratos de censos enfitéuticos, consiguiendo que la sentencia le fuera favorable en noviembre de 1730 y ratificada en 1751 por Real Decreto se le confirmó al marqués "la jurisdicción civil y criminal con mero y mixto imperio".
El siglo XVIII será un momento de incremento en las variables, doblándose la población que en 1768 se cifraba en 2.344 habitantes. Será a lo largo de esta centuria cuando se inicie un retroceso, y en agosto de 1812, las Cortes de Cádiz abolieron el señorío de los Molina-Junterones, permitiendo el acceso a la propiedad de arrendatarios y colonos. Vilar y Arnaldos han señalado las causas de este largo proceso de estancamiento: la concentración de las mejores fincas en pocas manos, la grave crisis del sector sedero, la insuficiencia de capitales para potenciar una agricultura moderna, la convivencia del minifundio con la gran propiedad explotada a base de su parcelación convencional entre grupos de arrendatarios, así como las epidemias, inundaciones y sequías. Asimismo, coadyuvaron a este estancamiento los efectos de la guerra de la Independencia, los enfrentamientos entre absolutistas y liberales, las correrías de las partidas carlistas y los sucesos del Sexenio Democrático. Como consecuencia de este retroceso se disparó la corriente emigratoria hacia las cuencas mineras de Almagrere, Cartagena y hacia Argelia. La despoblación ocasionó problemas financieros al municipio que imposibilitaba su permanencia como entidad municipal autónoma. Fracasada la anexión de Zeneta y Alquerías, se solicitó la extinción del Ayuntamiento y su incorporación al término capitalino, solicitud ratificada en 1877, si bien Murcia solamente accedía a la anexión siempre y cuando el municipio de Beniel liquidase todas sus deudas con la hacienda pública y con todos sus acreedores. Nuevos intentos se produjeron en 1884 y en 1886, e incluso se obtuvo el informe favorable del Consejo de Estado y la aprobación de la regente, pero contando siempre con la oposición del consistorio murciano que reiteraba una y otra vez sus argumentos económicos en contra”
En una ventana hay colgado un cartel: “ No podemos respirar, el Segura nos va a matar “. Al final de una avenida con banderitas sobre la calle, he tomado a la derecha, pasando por la estación de tren y me he metido en el pueblo, que justo en estos días, celebra las fiestas de San Bartolomé. Hay por ello, una representación teatral en la plaza de Ramón y Cajal, un espectáculo para niños promocionado por la marca de helados Frigo y que cuenta historias de helados para los más pequeños. Me he metido por las calles hasta la plaza de San Antonio y de paso me he refrescado en una fuente.
El viajero ha pensado durante algún tiempo, en quedarse allí a pasar la noche y se ha imaginado bailando frente a la orquesta, bebiendo cerveza hasta la madrugada y luego, ir a tumbarse sobre un banco para descansar al lado de su mochila. El viajero se ha imaginado conquistando el alma de una señorita solitaria y aventurera, al son de música caribeña y esto la ha llevado inevitablemente al deseo de dejar pasar las horas hasta la noche. Pero al final, ha notado que su sueño se deshacía sin saber bien porqué, como el humo en el aire y se ha puesto a caminar en dirección a Orihuela.
Antes, he entrado en la iglesia parroquial del apóstol San Bartolomé, de estilo barroco del siglo XVIII ( 1728 - 1734 ). Sobre este templo he podido recoger la siguiente información: “Su planta es de cruz latina, construida entre los años 1725 y 1734, posiblemente siguiendo trazas del arquitecto jerónimo Fray Antonio de San José. El cardenal Luis Belluga dio su permiso para construirla siendo párroco Francisco Ruiz Amoraga. Consta de nave única de 3 tramos, cubierta con bóveda de cañón sobre lunetos y flanqueada por capillas laterales comunicadas entre sí; sobre el crucero se levanta la cúpula. Su decoración, basándose en molduras que separan los plementos, cuya superficie interior aparece cubierta con gráciles motivos florales, los mismos que enmarcan los balcones, hace de ella una de las más hermosas de todo el barroco murciano. Años después de terminada la iglesia se abrió una gran capilla adosada al crucero, dedicada a Nuestra Señora del Rosario.” En el interior he tenido la oportunidad de oir un poco de música grabada de órgano mientras extendía sobre el respaldo de un banco, mis mapas magreados.
Por la Avenida del Reino, he tomado la carretera a Orihuela, de la que me separan unos siete kilómetros. El límite con la provincia de Alicante se encuentra en “Los Mojones del Reino” o comúnmente llamados “Los Pinochos” y que son dos monolitos, obra civil ejecutada a mediados del siglo XV para separar los antiguos Reinos de Murcia y Valencia, levantados en piedra caliza tallada en bloques que se disponen configurando una pirámide que se levanta sobre una base cúbica de la misma piedra. Los dos hitos son semejantes y situados paralelamente en cada una de las orillas de la avenida. Su función continúa siendo la de marcar el límite geográfico entre la Comunidad Murciana y la Valenciana.Los mojones han sufrido las inclemencias del paso del tiempo, por lo que han tenido que ser restaurados algunas veces. La última fue a finales de la década de los noventa. Son el símbolo más paradigmático del municipio y con los que los vecinos se sienten más identificados. He seguido la carretera C.V. 915 y nada más salir se van viento plantaciones de limoneros y terrenos inundados para el cultivo. La vía se estrecha y carece de arcén; hay arreglos de mejora del firme y resulta complicado caminar. Cae la tarde sobre los Montes de Orihuela y he llegado al poblado de Los Desamparados por la travesía Avenida de Liorna y desde allí a un paso ya, Orihuela, ciudad de importancia considerable, donde se ven edificios por todos lados.
El viajero ha notado por dentro que terminaba su viaje y que se sentía moderadamente satisfecho con lo que había visto y andado y de paso ha estado pensando un título para este viaje creyéndolo encontrar en lo que considera un resúmen de lo acontecido, una frase que define el principio y el final de su ruta: “Vélez hacia la cuna de Miguel Hernández”, acordándose de este poeta tan especial para él.


Cae el Sol, se oculta en el momento en que he hecho una foto al horizonte. Al entrar por la ciudad, he pregundado por una pensión y he ido a alojarme a la pensión Versalles, en la calle San Cristóbal. La señora que está al cargo de los huéspedes es una mujer mayor que apenas puede andar. Me ha ofrecido una habitación que no está preparada, que no han hecho limpieza desde el último cliente, pero que he aceptado con algo de descuento. Es la número 5 y creo que dentro del saco sobre el colchón no estaré mal, además tiene terraza al exterior desde la que se puede apreciar la montaña y la torre de la iglesia de Santa Justa y Rufina, iluminada por la noche. Huele a ocupación reciente, a humanidad y he quitado los postigos de aluminio de las ventanas para ventilar bien; después me he duchado y he salido para dar una vuelta.

Al pasar delante de la casa de aquella primera gente que conocí a la llegada a Orihuela en la calle Luis de Rojas, he parado un rato para charlar con Antonio Alcaraz. Este señor conserva en su poder una importante biografía con imágenes de Miguel Hernández, que me ha mostrado desinteresadamente, haciendo alardes de su hospitalidad y cordialidad. Además, a Antonio le gusta coleccionar objetos diversos y bastones de caña de bambú que guarda celosamente. Tiene cuadros y fotos.
He ido a llamar a Beti por teléfono y luego me he tomado una cerveza en la Plaza Nueva.

OCTAVO DÍA:22 DE AGOSTO DE 2001

Al levantarme he ido a citarme con Antonio, pues había quedado esta mañana con él para fotocopiar los documentos que él posee sobre el poeta y de paso a desayunar y dar una vuelta por la ciudad. Así es que he ido a su casa y luego a una papelería con fotocopiadora.