Viajeroandaluz

11 octubre 2006

CARLOS SEPTIEMBRE

SEPTIEMBRE

Vuelvo una vez más, dejando atrás ese recuerdo tan vivo. Eres el niño que recoge las piñas en el parque, que señala con el dedo las copas de los pinos, que recoge las piedras para echarlas a la fuente o lanzarlas simplemente. Vuelvo con mi pena a la ciudad de siempre y revivo con nostalgia y mojándome en lágrimas aquellos momentos : los dos solos.
Te gusta emocionarte por todo: los camiones, que yacen aparcados, inmóviles, para ti se convierte en figuras emocionantes, enormes y de colores. Los helicópteros que aletean con sus ruidos mecánicos por el cielo, son para ti objetos cargados de valor y significado. También, como no, la luna con su inquietante blancura e incluso en el día.
En la playa de Conil, la Fuente del Gallo, te escapabas hacia el agua, al borde de las olas, girando sobre la arena mojada, tragando agua salada. Y cuando te lo nombro me dices: “Más, más ..., ¡ playa, playa!
Trato de revivir con la garganta aprisionada por la pena de no tenerte, aquellos instantes en los que te cogía en brazos, en los que paseaba contigo por lugares solitarios: sostienes con tus manitas esa vieja manguera, mientras un chorro de agua generosa riega el membrillo abandonado o el madroño que espera madurar su fruto. Hemos echado agua al olivo del camino. Yo me agacho detrás de ti y guío la actividad que juntos emprendemos, esa generosa virtud de dar agua a la planta.
Se te escapó de entre los dedos la goma y te salpicó en la cara un chorro de agua, pero no importa, caían las gotas de tus cejas y de tu frente y tú seguías allí, sorprendido y sin inmutarte para no romper la concentración, esa magia que yo vi en tu mirada fija en el árbol y en el agua que le sacia. Te digo despacito, al oído, lo que va sucediendo. Luego, te quedaste a mi lado, mientras yo continuaba, arrojando piedras por encima de la pared, para volver a recogerlas de nuevo.
En la garganta, bajo el puente, al lado de agua y dentro de ella, recoges piedrecitas como cangrejos, e incluso algunas más grandes, que alzas como un triunfo, para tirarlas luego y ver como rompen el agua y hacen ruido. Esto te encanta. Yo también disfruto contigo.
En el sofá, a la hora de la siesta, me traes algunos objetos de una caja de metal, pero ya cansado y como una anestesia te doy un biberón calentito y poco a poco te vas quedando sin fuerzas: tu manita poco a poco se va paralizando y el sueño te recoge con en su regazo. Estás solo con el pañal, casi desnudo y observo la longitud de tu cuerpito que aún no llega a los dos años. Niño que crece, entre los caminos, parques, piedras, piñas y agua; entre dibujos, camiones, lunas y helicópteros, entre esa comida que no acabas y esa siesta que no duermes. Eres el niño que ataca a las persianas, que escribe sobre el mantel, que moja la almohada de sudor, que llora con desesperación cuando se va su madre...
continuará