HUESCA AÑO 2000. CAMINANDO POR AYERBE Y LOS MALLOS DE RIGLOS
CAMINANDO POR AYERBE Y LOS MALLOS DE RIGLOS
HUESCA año 2000
PRIMER DÍA : 10 DE JULIO.
Huesca ciudad. Ermita de San Jorge, nocturna e iluminada. Es el recuerdo de la noche pasada, con aquella chica de veinticuatro años que conocí en el tren y que esta mañana, como tantas otras se pone su uniforme mimetizado para ir al cuartel. Es de León, se llama Asu y en la camisola de faena pone Martínez en letras negras. Los fines de semana que no tiene servicio se va para su tierre y se hace un montón de kilómetros. Al cerrar la puerta del vagón de golpe, le pilló la mano y aunque pudo soltarse, se le calló el reloj al andén y por eso nos conocimos. Fuimos todo el viaje desde Zaragoza charlando y cuando llegamos a Huesca, gran desconocida para mí, nos tomamos una cerveza en un pub y me ofreció una habitación llena de trastes para dormir. Yo acepté de buen agrado, pues de otro modo hubiera tenido que ir preguntando por pensiones.
Hace calor en Huesca pero en las afueras de la ciudad huele a frescor, un frescor lleno de paz. Mañanita del día diez, fresca y algo bulliciosa ya. Al principio, toda la ciudad dormía. Me metí en un bar para escribir un poco y tomar café. He subido hasta la parte alta de la ciudad y entrado en la oficina de turismo, donde me dieron algunos folletos y mapas de la zona. No tengo claro lo que voy a hacer y lo mejor en estos casos es andar un poco a la deriva para ver que depara el azar. Así es que cumplidamente, he salido por la carretera de Pamplona caminando, estrenando verano, hacia un pequeño pueblo que se llama Chimillas, donde compré pan y un croisant calentito que sienta fenomenal y que fuí comiendo sobre la marcha. Benastás y Lierta. He parado en Lierta, ya un poco cansado. Este poblado tiene menos de treinta habitantes y solo tiene un teléfono público, una fuente, un letrero a la entrada con mapa y huertas familiares. La guerra mermó la población hasta quedarse medio desierto. Una mujer apedrea un perro acusado de tener la sarna. El fuego cruzado de riscos pasa delante de la iglesia que está cerrada. He parado un buen rato a hablar con un matrimonio mayor y se han reído con lo que les contaba,
tambien he disfrutado contándolo, para qué nos vamos a engañar. El hombre tiene una ramita verde en la oreja derecha. Ha empezado a llover ligeramente y unos instaladores de iluminación me llevaron a Bolea en una furgoneta blanca cargada de materiales de trabajo. Solo cuando he bajado ha dejado de llover. He hecho varias fotos. Huele a mojado, me gusta. Iglesia de Santo Tomás y fuente con caños. La tarde hace un paisaje romántico, con la lluvia de pincel. Bar Rufino, tambien turismo rural. Habitaciones con baño. Un vino tinto, para alegrar, pata de cangrejo y pimiento relleno. De todo, unidad, no quiero abusar. Comarca de la Sotonera. Depués, Ayerbe, colegiata de Santa María la Mayor. Sobre, Bolea, Lierta y Arascués. Sierra de Gratal y Sierra Caballera. En Lierta, una mujer apedrea a un gato con sarna para que se aleje. Si le llega a dar, lo descalabra. En Banastás, un viejo amenaza con un golpe de callao a un perro que no deja de ladrar. Comarca de la Sotonera. No pude entrar en la colegiata, con mucha historia, por cierto, pues es lunes y está cerrada. El tipo que custodia las llaves fue inflexible y se molestó incluso. Siestecilla junto a los antiguos muros y viaje hasta Aniés por un sendera balizado con la anotación GR-1, en franjas horizontales rojas y blancas. Se camina bien entre almendrales. He llegado hasta Aniés. Un hombre que anteayer cumplió 85 años: Antonio, me muestra la iglesia de San Esteban, con su hermosa torre de ladrillo. Incrustada en la roca, aparece Nuestra Señora de la Peña, ermita de las altitudes. La iglesia tiene lo que debe de tener, ni más ni menos y la visita ha durado poco. Hemos hablado de la guerra civil. Hace un viento horrible que vuela gorras y recuerdos. Las pupilas empañadas del viejo, aseguran que nunca volveremos a vernos. Le he puesto la mano sobre su hombro, con una sonrisa casi forzada, rebelde para no ahogarme y le he dejado cuarenta duros que seguro que dará a los nietos. Una hija de este hombre vive en Bolea, panadera de oficio y a la que conocí antes por casualidad. Un hijo, camionero, el otro, se mató en un coche. Tiene otra hija más que está separada con dos hijos. Cuando empecé de nuevo el camino para Loarre, se me voló la gorra y la cogí al vuelo. Antonio se dio en ese momento la vuelta y nos dijimos algo con gestos y palabras entrecortadas, airosas. Fue lo último que le dije. Quizá, lo más seguro, hasta siempre, hasta nunca. Voy marcando mis pasos hasta Loarre por un camino pedregoso y con algo de lluvia. Me he despistado y un tractorcillo pequeño me ha metido en la verea, subido a su remolque. El pueblo aparece abajo, con su torre imponente y el castillo románico. Según dicen, el mejor conservado de España y Europa. Queda para mañana. Hoy me quedo en Loarre y finalizo jornada. Me he refrescado en la plaza, en una fuente no clorada. He ido a llamar por teléfono a una centralita. Hace frío y viento. He ido, por dejar pasar el tiempo, a dar una vuelta por el pueblo. Calles desiertas y algunas casas con dinteles blasonados, aseguran un pasado esplendoroso, pero que ahora se han convertido en viviendas semiderruidas, agonizantes. El castillo es del siglo XI, medieval. A él conduce un camino señalado. Terrenos de cereal, almendros robustos. Pasan lentas las horas en Loarre. Se escribe bien en el bar Pola, bajo una luz halógena en el mostrador. Seguramente iré a dormir bajo la techumbre de uralita del lavadero público, al lado de un área de recreo, con abundante agua del río Astón. Hay en Loarre varios alojamientos. Uno de ellos, el de la plaza, es un hotel de tres estrellas, lujoso edificio antiguo ayuntamiento de estilo renacentista y el otro es un alojamiento rural, casa Tolta, donde he curioseado. Al subir las escaleras y ver el orden y buen gusto de las habitaciones con cuarto de baño incluído y estilo provenzal envejecido en muebles, todo nuevo, desayuno incluido, habitación doble tres mil quinientas e individual dos mil, he sufrido una tentación que se me ha ido borrando poco a poco con el paseo por las calles y pensando en otra cosa. Comarca de los Mallos. El gentilicio de Loarre es calagurritanos o lobarreños. He ido poco a poco hacia la oscuridad de lavadero para dormir.
SEGUNDO DÍA : 11 DE JULIO
He dormido rodeado de un viento horrible, pero resguardado entre la pared y las piletas de cemento, dentro de mi saco. Hace frío y rugen los chopos. Cafelito mañanero en el bar. Antes, me puse al sol, para coger grados. El camino al castillo es una ruta señalada como PRHU-105. Llegada y fotos desde distinto ángulo. Dentro del monumento, impresionante genealogía de reyes : Aragón: Ramiro I (1035-1063), Sancho Ramírez (1063-1094). Se comenzó a construir en 1071 como defensa contra el ataque de los moros. Desde aquí se puede divisar el rio Sotón y embalse de la Sotonera que abastece a los Monegros, donde se está cultivando arroz. Depresión del Ebro a lo lejos y Ayerbe en dirección suroeste. Hay una vista inmensa. He bajado al pueblo por el camino, cogido la mochila y me he despedido de la gente que lleva el bar. Caminando por la GR-1 hasta Santa Engracia a unos cinco kilómetros. He cogido melocotones a la salida, junto al cementerio, unos rojos y otros amarillos. No he entrado en el pueblito, situado bajo la Sierra de Loarre, pero en una indicación que hay a la entrada pone que tiene veintiocho habitantes y que celebra fiestas por Santa Lucía, tambien informa que la iglesia es del siglo pasado. A la salida, en el cruce para Sarsamarcuello me he parado un buen rato para hablar con Jesús Coronas, que va de labranza con su tractor y que lo ha detenido al lado de una cruz de piedra. Hemos comentado sobre la incomunicación de hoy en día, sobre el aborregamiento, sobre el despoblamiento , a veces rabioso, del campo, de los hijos que abandonan su familia y su entorno en busca de una vida mejor, etc. Al poco tiempo he llegado a Sarsamarcuello. Me ha sorprendido que sobre la puerta de cada casa figure, en azulejos, el nombre de la familia que en ella habita, de este modo no hace falta numerar las viviendas ni bautizar las calles y las cartas por correo, llegan donde tienen que llegar. Bajo la iglesia se suceden lápidas incrustadas a sus muros de antiguos enterramientos. Sepulcros de niñas que murieron al poco tiempo de nacer, a principios y mediados de siglo y que ahora, si vivieran, sería mujeres mayores, abuelas quizá, a punto de morirse. Todo es cuestión de tiempo y me he quedado sentado, pensando. El viento me ha hecho moverme, levantarme para dar una vuelta. Callejeando he conocido a una chica que iba vestida de rosa y que se llama Rosa y a su prima Leticia, 22 y 17 años respectivamente. Hemos hecho confianza y me han llevado a su casa, casa Morlans, a compartir el almuerzo con ellas, no se desprecia. Es una casa de tres plantas con cámara a modo de ático. Es edificio antiguo con vigas de madera en el techo. Han preparado una comida de filetes fritos y ensalada con pasta de tirabuzones. Todo bien y ambiente agradable, como en casa. Me han enseñado, como un secreto, todos los rincones de la casa, las fotos antiguas, los aperos de labranza de antaño. Rosa es ancha de cuerpo, pero hermosa y frágil de cara. Está estudiando en Zaragoza, terminando el proyecto de su carrera de ingeniero técnico agrícola, y sabe mucho de los cultivos. Frente a la casa hay un huerto, frente al huerto, la iglesia. Una visita al templo y subida al campanario. Tras la comida tomamos té verde, bastante bueno y nos hicimos unas fotos. Me veo de nuevo en el camino en busca de Riglos, con mi mochila inseparable a hombros, siguiendo el camino que pasa por Linás de Marcuello en la misma ruta GR-1. He pasado sin parar por este pueblo hasta los mallos de Riglos. ( Mallos en el dialecto fabla en el alto Aragón, significa montaña ). He caminado entre el aire de los pinares, perfumado por el viento, pensando en las oportunidades de la carne, en los placeres prohibidos, en las renunciaciones a las que está sujeto el hombre nómada. Me he parado en una fuente que está justo a la desembocadura del camino con la carretera. Continué por ella, no sin arrepentirme un poco, hasta Riglos. Al fondo, a la izquierda, se ven las casas de la estación. He entrado por las empinadas calles y he caminado por ellas para reconocer, para familiarizarme con este lugar y buscar intuitivamente un sitio para dormir, un poco protegido. Al igual que en Sarsamarcuello, las casas tienen nombre, las calles no. He ido a para al único lugar público, bar El Puro, que es desde donde escribo estas últimas notas. He hablado con el dueño y con Ramón, con quien he intercambiado conversación sobre el Camino de Santiago. Según me cuentan, el nombre de Riglos hay que debérselo a la Orden de los Riglenses. Los mallos, enormes y perpendiculares, se yerguen majestuosos sobre el pueblo, como gigantes sobre sus casas, y son codiciados por escaladores verdaderos, perfiles verticales como filos de cuchillos primitivos. He dado otra vuelta más por Riglos, pero en vista de que no encontré lugar adecuado, he decidido pasar la noche en este local que además de comidas ofrece habitaciones a precio asequible y en buen estado y comodidad con el nombre de Casa Toño. La luna juega entre las nubes, hace frío fuera. He lavado la ropa después de ducharme y me fuí a la cama después de una cerveza.
TERCER DÍA : 12 DE JULIO
He salido sobre las nueve menos diez de la mañana, después de hacer unas fotos y desayunar. He pagado, todo por dos mil pesetas. Antonio es persona atenta y servicial. He bajado a la estación y esperado al tren que me ha dejado en Santa María y la Peña, un poco más al norte. A esto de las nueve y media salí caminando, al principio por carretera y luego dirección norte entre pinares, por la GR-95 hasta Ena. He encontrado una pareja de excursionistas holandeses que ya no volví a ver. Todo pinares y el río debajo que crucé varias veces. He dejado detrás el Embalse de la Peña y camino por una ladera del Barranco de Triste. He llegado al fin a Ena, sobre las doce del mediodía y he parado a comer algo a la salida, en una fuente, al solecillo. He hecho una o dos fotos a la iglesia. Son estos, pueblos muy pequeños, todos con menos de cincuenta habitantes. A los de Ena les llaman Raneros. Me he equivocado de camino y he tenido que rectificar, volver al pueblo y tomar dirección noreste, por un camino al lado del río, en algún tramo y luego a la derecha para Botaya. Se me han hecho algo pesadas las dos horitas andando. He llegado sobre las tres al pueblo y he tomado varias fotos. Tienen estos pueblos una arquitectura típica pirenaica, con tejados de pizarra y piedra en las paredes. Me he parado a hablar con una mujer inglesa, Mélani, que me indicó el camino, me ofreció agua en una jarra de cristal y después, al poco tiempo, me encontré dentro de su casa restaurada al estilo montañés, comiendo con ella y una amiga suya que es de Almuñécar pero que vive en Inglaterra y que se llama Mercedes y los hijos de una y de la otra. Sus maridos se fueron a Navarra a comprar vino y nos fuimos al piso de arriba donde estaba la cocina y el comedor. Los niños, aún pequeños, patalean alrededor. Tras el almuerzo al estilo español, con tortilla y chorizo, postre y café, tras el café, foto en la terraza, al sol. Hablamos de muchas cosas y nuestros pensamientos e ideas conectaron en seguida por la afinidad que poseemos. Me he puesto de nuevo en marcha, tras rellenar la cantimplora en una fuente con pilar incluído y hacia el monasterio de San Juan de la Peña, caminando con el día soleado, despejada la tarde y entre espesa vegetación. He subido una cuesta impresionante en zig - zag, sudando a lo loco y parando de vez en cuando para tomar aire y coger fuerzas. Al final del camino, se hace la calma en una explanada donde se sitúa el monasterio nuevo, que no se puede visitar aún y que al parecer está vacío. Para llegar al antiguo monasterio hay que descender por carretera con curvas. Es un templo románico sobre iglesia mozárabe, bajo una inmensa mole de roca sujetada por malla metálica para evitar en lo posible desprendimientos. He entrado para visitar el lugar y me he agregado a un grupo organizado para escuchar al guía.Todo es espectacular y reúne varios estilos arquitectónicos de varias épocas históricas: románico, gótico, neoclásico. Los capiteles historiados del patio me llamaron la atención y me recordaron a los de San Juan del Duero en Soria y a los de San Martín de Frómista en Palencia. Ha resultado interesante el recorrido. Hay huesos esparcidos dentro de una cavidad, posiblemente utilizada como enterramiento y varias formaciones con agua que baja de la montaña. He cogido el camino, al principio algo ascendente y luego todo bajada, para Santa Cruz de la Serós. Abundante vegetación y al fin , al fondo, como un ejército llenando el horizonte, los Pirineos. Alguna cumbre nevada. Foto. He comenzado la abrupta bajada sorteando piedras y lascas. Se ve el pueblo allá abajo y su imagen me alimenta el paso, pero hay que tener cuidado para no caer. Al llegar he entrado en su iglesia románica y me he metido en un bar, donde me tomé varios vinos con dos tipos que me llevaron en coche a Jaca. LLegada a esta ciudad y alojamiento en el albergue de peregrino por el precio de setecientas pesetas. He hablado con una pareja de Castellón, ya mayores, que hacen el Camino de Santiago. Muchas palabras, ducha y a la cama, que es como una cajonera.
CUARTO DÍA : 13 DE JULIO
Jaca es ciudad que no madruga. Un paseo solitario bajo el sol delicioso y fresquito a la sombra. Me he tomado un café y después, deambulando por sus calles semidesiertas, he ido a para al Monasterio de las Benedictinas, atraído por la musiquilla celestial del órgano. Un coro de monjas cantan en el altar. El cura lleva capa en verde. Solo hay un hombre que asiste a la misa. Ha sido el momento de comulgar. Reconozco que el canto deja el cuerpo amansado ante la paz que inspira y que se absorve. Es un verdadero deleite para los sentidos. He cogido la mochila, que dejé en el albergue y he ido a mandar unas postales y visitar la Ciudadela, hermoso monumento - fortaleza pentagonal con patio porticado central y foso alrededor donde viven ciervos con relativa libertad. La mujer guía, ha dado una perfecta explicación y lo ha dejado todo claro en una combinación técnico - documental con lo anecdótico. En un folleto explicativo viene lo demás. He ido a la oficina de turismo, donde me dieron un mapa muy grande y completo de Aragón y a la Escuela de Montaña Militar para comer algo en la cantina. Jaca, entonces, se torna bulliciosa y comercial, como una gran ciudad.
Fin.-
HUESCA año 2000
PRIMER DÍA : 10 DE JULIO.
Huesca ciudad. Ermita de San Jorge, nocturna e iluminada. Es el recuerdo de la noche pasada, con aquella chica de veinticuatro años que conocí en el tren y que esta mañana, como tantas otras se pone su uniforme mimetizado para ir al cuartel. Es de León, se llama Asu y en la camisola de faena pone Martínez en letras negras. Los fines de semana que no tiene servicio se va para su tierre y se hace un montón de kilómetros. Al cerrar la puerta del vagón de golpe, le pilló la mano y aunque pudo soltarse, se le calló el reloj al andén y por eso nos conocimos. Fuimos todo el viaje desde Zaragoza charlando y cuando llegamos a Huesca, gran desconocida para mí, nos tomamos una cerveza en un pub y me ofreció una habitación llena de trastes para dormir. Yo acepté de buen agrado, pues de otro modo hubiera tenido que ir preguntando por pensiones.
Hace calor en Huesca pero en las afueras de la ciudad huele a frescor, un frescor lleno de paz. Mañanita del día diez, fresca y algo bulliciosa ya. Al principio, toda la ciudad dormía. Me metí en un bar para escribir un poco y tomar café. He subido hasta la parte alta de la ciudad y entrado en la oficina de turismo, donde me dieron algunos folletos y mapas de la zona. No tengo claro lo que voy a hacer y lo mejor en estos casos es andar un poco a la deriva para ver que depara el azar. Así es que cumplidamente, he salido por la carretera de Pamplona caminando, estrenando verano, hacia un pequeño pueblo que se llama Chimillas, donde compré pan y un croisant calentito que sienta fenomenal y que fuí comiendo sobre la marcha. Benastás y Lierta. He parado en Lierta, ya un poco cansado. Este poblado tiene menos de treinta habitantes y solo tiene un teléfono público, una fuente, un letrero a la entrada con mapa y huertas familiares. La guerra mermó la población hasta quedarse medio desierto. Una mujer apedrea un perro acusado de tener la sarna. El fuego cruzado de riscos pasa delante de la iglesia que está cerrada. He parado un buen rato a hablar con un matrimonio mayor y se han reído con lo que les contaba,
tambien he disfrutado contándolo, para qué nos vamos a engañar. El hombre tiene una ramita verde en la oreja derecha. Ha empezado a llover ligeramente y unos instaladores de iluminación me llevaron a Bolea en una furgoneta blanca cargada de materiales de trabajo. Solo cuando he bajado ha dejado de llover. He hecho varias fotos. Huele a mojado, me gusta. Iglesia de Santo Tomás y fuente con caños. La tarde hace un paisaje romántico, con la lluvia de pincel. Bar Rufino, tambien turismo rural. Habitaciones con baño. Un vino tinto, para alegrar, pata de cangrejo y pimiento relleno. De todo, unidad, no quiero abusar. Comarca de la Sotonera. Depués, Ayerbe, colegiata de Santa María la Mayor. Sobre, Bolea, Lierta y Arascués. Sierra de Gratal y Sierra Caballera. En Lierta, una mujer apedrea a un gato con sarna para que se aleje. Si le llega a dar, lo descalabra. En Banastás, un viejo amenaza con un golpe de callao a un perro que no deja de ladrar. Comarca de la Sotonera. No pude entrar en la colegiata, con mucha historia, por cierto, pues es lunes y está cerrada. El tipo que custodia las llaves fue inflexible y se molestó incluso. Siestecilla junto a los antiguos muros y viaje hasta Aniés por un sendera balizado con la anotación GR-1, en franjas horizontales rojas y blancas. Se camina bien entre almendrales. He llegado hasta Aniés. Un hombre que anteayer cumplió 85 años: Antonio, me muestra la iglesia de San Esteban, con su hermosa torre de ladrillo. Incrustada en la roca, aparece Nuestra Señora de la Peña, ermita de las altitudes. La iglesia tiene lo que debe de tener, ni más ni menos y la visita ha durado poco. Hemos hablado de la guerra civil. Hace un viento horrible que vuela gorras y recuerdos. Las pupilas empañadas del viejo, aseguran que nunca volveremos a vernos. Le he puesto la mano sobre su hombro, con una sonrisa casi forzada, rebelde para no ahogarme y le he dejado cuarenta duros que seguro que dará a los nietos. Una hija de este hombre vive en Bolea, panadera de oficio y a la que conocí antes por casualidad. Un hijo, camionero, el otro, se mató en un coche. Tiene otra hija más que está separada con dos hijos. Cuando empecé de nuevo el camino para Loarre, se me voló la gorra y la cogí al vuelo. Antonio se dio en ese momento la vuelta y nos dijimos algo con gestos y palabras entrecortadas, airosas. Fue lo último que le dije. Quizá, lo más seguro, hasta siempre, hasta nunca. Voy marcando mis pasos hasta Loarre por un camino pedregoso y con algo de lluvia. Me he despistado y un tractorcillo pequeño me ha metido en la verea, subido a su remolque. El pueblo aparece abajo, con su torre imponente y el castillo románico. Según dicen, el mejor conservado de España y Europa. Queda para mañana. Hoy me quedo en Loarre y finalizo jornada. Me he refrescado en la plaza, en una fuente no clorada. He ido a llamar por teléfono a una centralita. Hace frío y viento. He ido, por dejar pasar el tiempo, a dar una vuelta por el pueblo. Calles desiertas y algunas casas con dinteles blasonados, aseguran un pasado esplendoroso, pero que ahora se han convertido en viviendas semiderruidas, agonizantes. El castillo es del siglo XI, medieval. A él conduce un camino señalado. Terrenos de cereal, almendros robustos. Pasan lentas las horas en Loarre. Se escribe bien en el bar Pola, bajo una luz halógena en el mostrador. Seguramente iré a dormir bajo la techumbre de uralita del lavadero público, al lado de un área de recreo, con abundante agua del río Astón. Hay en Loarre varios alojamientos. Uno de ellos, el de la plaza, es un hotel de tres estrellas, lujoso edificio antiguo ayuntamiento de estilo renacentista y el otro es un alojamiento rural, casa Tolta, donde he curioseado. Al subir las escaleras y ver el orden y buen gusto de las habitaciones con cuarto de baño incluído y estilo provenzal envejecido en muebles, todo nuevo, desayuno incluido, habitación doble tres mil quinientas e individual dos mil, he sufrido una tentación que se me ha ido borrando poco a poco con el paseo por las calles y pensando en otra cosa. Comarca de los Mallos. El gentilicio de Loarre es calagurritanos o lobarreños. He ido poco a poco hacia la oscuridad de lavadero para dormir.
SEGUNDO DÍA : 11 DE JULIO
He dormido rodeado de un viento horrible, pero resguardado entre la pared y las piletas de cemento, dentro de mi saco. Hace frío y rugen los chopos. Cafelito mañanero en el bar. Antes, me puse al sol, para coger grados. El camino al castillo es una ruta señalada como PRHU-105. Llegada y fotos desde distinto ángulo. Dentro del monumento, impresionante genealogía de reyes : Aragón: Ramiro I (1035-1063), Sancho Ramírez (1063-1094). Se comenzó a construir en 1071 como defensa contra el ataque de los moros. Desde aquí se puede divisar el rio Sotón y embalse de la Sotonera que abastece a los Monegros, donde se está cultivando arroz. Depresión del Ebro a lo lejos y Ayerbe en dirección suroeste. Hay una vista inmensa. He bajado al pueblo por el camino, cogido la mochila y me he despedido de la gente que lleva el bar. Caminando por la GR-1 hasta Santa Engracia a unos cinco kilómetros. He cogido melocotones a la salida, junto al cementerio, unos rojos y otros amarillos. No he entrado en el pueblito, situado bajo la Sierra de Loarre, pero en una indicación que hay a la entrada pone que tiene veintiocho habitantes y que celebra fiestas por Santa Lucía, tambien informa que la iglesia es del siglo pasado. A la salida, en el cruce para Sarsamarcuello me he parado un buen rato para hablar con Jesús Coronas, que va de labranza con su tractor y que lo ha detenido al lado de una cruz de piedra. Hemos comentado sobre la incomunicación de hoy en día, sobre el aborregamiento, sobre el despoblamiento , a veces rabioso, del campo, de los hijos que abandonan su familia y su entorno en busca de una vida mejor, etc. Al poco tiempo he llegado a Sarsamarcuello. Me ha sorprendido que sobre la puerta de cada casa figure, en azulejos, el nombre de la familia que en ella habita, de este modo no hace falta numerar las viviendas ni bautizar las calles y las cartas por correo, llegan donde tienen que llegar. Bajo la iglesia se suceden lápidas incrustadas a sus muros de antiguos enterramientos. Sepulcros de niñas que murieron al poco tiempo de nacer, a principios y mediados de siglo y que ahora, si vivieran, sería mujeres mayores, abuelas quizá, a punto de morirse. Todo es cuestión de tiempo y me he quedado sentado, pensando. El viento me ha hecho moverme, levantarme para dar una vuelta. Callejeando he conocido a una chica que iba vestida de rosa y que se llama Rosa y a su prima Leticia, 22 y 17 años respectivamente. Hemos hecho confianza y me han llevado a su casa, casa Morlans, a compartir el almuerzo con ellas, no se desprecia. Es una casa de tres plantas con cámara a modo de ático. Es edificio antiguo con vigas de madera en el techo. Han preparado una comida de filetes fritos y ensalada con pasta de tirabuzones. Todo bien y ambiente agradable, como en casa. Me han enseñado, como un secreto, todos los rincones de la casa, las fotos antiguas, los aperos de labranza de antaño. Rosa es ancha de cuerpo, pero hermosa y frágil de cara. Está estudiando en Zaragoza, terminando el proyecto de su carrera de ingeniero técnico agrícola, y sabe mucho de los cultivos. Frente a la casa hay un huerto, frente al huerto, la iglesia. Una visita al templo y subida al campanario. Tras la comida tomamos té verde, bastante bueno y nos hicimos unas fotos. Me veo de nuevo en el camino en busca de Riglos, con mi mochila inseparable a hombros, siguiendo el camino que pasa por Linás de Marcuello en la misma ruta GR-1. He pasado sin parar por este pueblo hasta los mallos de Riglos. ( Mallos en el dialecto fabla en el alto Aragón, significa montaña ). He caminado entre el aire de los pinares, perfumado por el viento, pensando en las oportunidades de la carne, en los placeres prohibidos, en las renunciaciones a las que está sujeto el hombre nómada. Me he parado en una fuente que está justo a la desembocadura del camino con la carretera. Continué por ella, no sin arrepentirme un poco, hasta Riglos. Al fondo, a la izquierda, se ven las casas de la estación. He entrado por las empinadas calles y he caminado por ellas para reconocer, para familiarizarme con este lugar y buscar intuitivamente un sitio para dormir, un poco protegido. Al igual que en Sarsamarcuello, las casas tienen nombre, las calles no. He ido a para al único lugar público, bar El Puro, que es desde donde escribo estas últimas notas. He hablado con el dueño y con Ramón, con quien he intercambiado conversación sobre el Camino de Santiago. Según me cuentan, el nombre de Riglos hay que debérselo a la Orden de los Riglenses. Los mallos, enormes y perpendiculares, se yerguen majestuosos sobre el pueblo, como gigantes sobre sus casas, y son codiciados por escaladores verdaderos, perfiles verticales como filos de cuchillos primitivos. He dado otra vuelta más por Riglos, pero en vista de que no encontré lugar adecuado, he decidido pasar la noche en este local que además de comidas ofrece habitaciones a precio asequible y en buen estado y comodidad con el nombre de Casa Toño. La luna juega entre las nubes, hace frío fuera. He lavado la ropa después de ducharme y me fuí a la cama después de una cerveza.
TERCER DÍA : 12 DE JULIO
He salido sobre las nueve menos diez de la mañana, después de hacer unas fotos y desayunar. He pagado, todo por dos mil pesetas. Antonio es persona atenta y servicial. He bajado a la estación y esperado al tren que me ha dejado en Santa María y la Peña, un poco más al norte. A esto de las nueve y media salí caminando, al principio por carretera y luego dirección norte entre pinares, por la GR-95 hasta Ena. He encontrado una pareja de excursionistas holandeses que ya no volví a ver. Todo pinares y el río debajo que crucé varias veces. He dejado detrás el Embalse de la Peña y camino por una ladera del Barranco de Triste. He llegado al fin a Ena, sobre las doce del mediodía y he parado a comer algo a la salida, en una fuente, al solecillo. He hecho una o dos fotos a la iglesia. Son estos, pueblos muy pequeños, todos con menos de cincuenta habitantes. A los de Ena les llaman Raneros. Me he equivocado de camino y he tenido que rectificar, volver al pueblo y tomar dirección noreste, por un camino al lado del río, en algún tramo y luego a la derecha para Botaya. Se me han hecho algo pesadas las dos horitas andando. He llegado sobre las tres al pueblo y he tomado varias fotos. Tienen estos pueblos una arquitectura típica pirenaica, con tejados de pizarra y piedra en las paredes. Me he parado a hablar con una mujer inglesa, Mélani, que me indicó el camino, me ofreció agua en una jarra de cristal y después, al poco tiempo, me encontré dentro de su casa restaurada al estilo montañés, comiendo con ella y una amiga suya que es de Almuñécar pero que vive en Inglaterra y que se llama Mercedes y los hijos de una y de la otra. Sus maridos se fueron a Navarra a comprar vino y nos fuimos al piso de arriba donde estaba la cocina y el comedor. Los niños, aún pequeños, patalean alrededor. Tras el almuerzo al estilo español, con tortilla y chorizo, postre y café, tras el café, foto en la terraza, al sol. Hablamos de muchas cosas y nuestros pensamientos e ideas conectaron en seguida por la afinidad que poseemos. Me he puesto de nuevo en marcha, tras rellenar la cantimplora en una fuente con pilar incluído y hacia el monasterio de San Juan de la Peña, caminando con el día soleado, despejada la tarde y entre espesa vegetación. He subido una cuesta impresionante en zig - zag, sudando a lo loco y parando de vez en cuando para tomar aire y coger fuerzas. Al final del camino, se hace la calma en una explanada donde se sitúa el monasterio nuevo, que no se puede visitar aún y que al parecer está vacío. Para llegar al antiguo monasterio hay que descender por carretera con curvas. Es un templo románico sobre iglesia mozárabe, bajo una inmensa mole de roca sujetada por malla metálica para evitar en lo posible desprendimientos. He entrado para visitar el lugar y me he agregado a un grupo organizado para escuchar al guía.Todo es espectacular y reúne varios estilos arquitectónicos de varias épocas históricas: románico, gótico, neoclásico. Los capiteles historiados del patio me llamaron la atención y me recordaron a los de San Juan del Duero en Soria y a los de San Martín de Frómista en Palencia. Ha resultado interesante el recorrido. Hay huesos esparcidos dentro de una cavidad, posiblemente utilizada como enterramiento y varias formaciones con agua que baja de la montaña. He cogido el camino, al principio algo ascendente y luego todo bajada, para Santa Cruz de la Serós. Abundante vegetación y al fin , al fondo, como un ejército llenando el horizonte, los Pirineos. Alguna cumbre nevada. Foto. He comenzado la abrupta bajada sorteando piedras y lascas. Se ve el pueblo allá abajo y su imagen me alimenta el paso, pero hay que tener cuidado para no caer. Al llegar he entrado en su iglesia románica y me he metido en un bar, donde me tomé varios vinos con dos tipos que me llevaron en coche a Jaca. LLegada a esta ciudad y alojamiento en el albergue de peregrino por el precio de setecientas pesetas. He hablado con una pareja de Castellón, ya mayores, que hacen el Camino de Santiago. Muchas palabras, ducha y a la cama, que es como una cajonera.
CUARTO DÍA : 13 DE JULIO
Jaca es ciudad que no madruga. Un paseo solitario bajo el sol delicioso y fresquito a la sombra. Me he tomado un café y después, deambulando por sus calles semidesiertas, he ido a para al Monasterio de las Benedictinas, atraído por la musiquilla celestial del órgano. Un coro de monjas cantan en el altar. El cura lleva capa en verde. Solo hay un hombre que asiste a la misa. Ha sido el momento de comulgar. Reconozco que el canto deja el cuerpo amansado ante la paz que inspira y que se absorve. Es un verdadero deleite para los sentidos. He cogido la mochila, que dejé en el albergue y he ido a mandar unas postales y visitar la Ciudadela, hermoso monumento - fortaleza pentagonal con patio porticado central y foso alrededor donde viven ciervos con relativa libertad. La mujer guía, ha dado una perfecta explicación y lo ha dejado todo claro en una combinación técnico - documental con lo anecdótico. En un folleto explicativo viene lo demás. He ido a la oficina de turismo, donde me dieron un mapa muy grande y completo de Aragón y a la Escuela de Montaña Militar para comer algo en la cantina. Jaca, entonces, se torna bulliciosa y comercial, como una gran ciudad.
Fin.-