EL HERRERO
Es romántica la figura del herrero. Yo no me refiero al constructor moderno o al soldador que se sube a una moderna plataforma elevadora y que trabaja en una gran empresa. Yo hablo del herrero de toda la vida. Es un hombre madura ya, quizá algo achaparrado, envuelto en su trabajo, retira las gomas de soldar, mojadas sobre el barro. Ejerce su trabajo en condiciones penosas a veces, pero tiene esa autonomía que le hace libre, a la vez que triste en una profesión que termina para convertirse en otra cosa. He visto a ese hombre soldar una chapa junto a una obra. Su mirada cansada, su gesto cotidiano, acostumbrado a llevar el peso, le delata. Es un hombre bajo, gordote, cincuentón. Arrastra sus herramientas como quien arrastra su condena. LLeva vivo mucho tiempo entre hierros y materiales, entre soles y nublados, entre lluvias y ventiscas. Pero me gusta este hombre. Lo veo cercano y a la vez, sumido en su mundo como impregnado de exótica intemporalidad. Me gusta este hombre. En él, veo la figura de mi padre cuando yo era adolescente. Todo un romántico del trabajo.
Sevilla, junto a la Avda. de La Palmera. 22 de febrero 2007